Este periódico escolar nace como una aventura en la que un grupo de alumnos y de profesores quieren explorar las posibilidades de las herramientas de comunicación que existen en Internet. Está abierto a la colaboración de alumnos y profesores de nuestro Instituto.
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lunes, 16 de marzo de 2009

Nuestra Historia

NUESTRA HISTORIA

Estaba segura de que no sabría cómo reaccionar al entrar en la habitación...

Tenía el cuerpo paralizado y apenas podía pensar mientras iba recorriendo aquel inmenso, blanco y vacío pasillo, que por una parte deseaba que acabase y por otro lado temía su fin.

Una extraña sensación recorría mi interior... Al verla, ¿cómo sería?

No conseguía dejar de hacerme esa pregunta desde varios días atrás.

¿Sería capaz de reaccionar al verla o simplemente daría media vuelta y huiría para siempre?

En caso de que consiguiese quedar frente a ella qué iba a hacer... ¿la abrazo, le sonrío, o simplemente le pregunto cómo está?

Eran tantas las cosas que rondaban mi cabeza, mientras seguía trazando el camino hacia todo lo que había buscado en mi pasado, lo que sería mi futuro a partir de ese momento, y lo que más temía encontrar..., que empezaba a notar demasiadas palpitaciones en mi mente, por lo que simplemente decidí sentarme en el suelo, apoyarme contra la blanca y limpia pared y cerrar los ojos unos instantes, para poder desconectar del tema o, de lo contrario, no llegaría cuerda a esa habitación.

Pero ni siquiera la localización de esta dejaba de rondar en mi pensamiento.

En el último pasillo a la derecha, la décima habitación. Esto se repetía constantemente en mi mente.

Por más que lo intenté no conseguí pensar en otra cosa, así que decidí volver a levantarme y, con la cabeza bien alta y los pensamientos bastante turbios, seguir caminando hacia mi destino.

Ya conseguía ver el final del pasillo donde debería girar a la derecha, como me había indicado la única persona que había visto en las horas que llevaba allí dentro.

Para mi desgracia o mi alegría, no lo tenía muy claro, pero para la una o la otra ya me encontraba frente a la puerta que tanto había buscado.

Estuve paralizada por completo durante varios minutos, que se hicieron eternos para mí; seguía sin saber cómo reaccionaría si me atrevía a entrar allí dentro.

Agarré el pomo de la translúcida puerta con todas mis fuerzas, para no notar cómo me temblaba el pulso; lo inevitable era sentir la excesiva velocidad de mi corazón, sentía que en cualquier momento podía estallar y romperse en mil pedazos. Llegué a pensar por mi estado de angustia que aquello era lo que más deseaba en eso momento.

Al fin me atreví a abrir la puerta y pude ver aquella fija y penetrante mirada de unos ojos completamente idénticos a los míos.

Como ya me había planteado antes y como suponía que iba a pasar, ni siquiera una sola palabra, ni un simple susurro consiguió salir de entre mis sellados labios.

Al menos pude dar algunos pasos antes de desplomarme en el suelo.

Desperté tal y como había caído; ya suponía que ella no podría levantarse a ayudarme, puesto que su estado de salud era muchísimo peor que el mío.

Me incorporé sin fuerzas y rápidamente, sin haberme conseguido sentar, ya retumbaban en mis oídos las primeras palabras que había escuchado salir de sus demacrados y heridos labios: “¿Quién eres?” Aquellas dos palabras se siguieron repitiendo en mi mente varios días después de aquel encuentro. Me alegré muchísimo de que me lo hubiera preguntado porque de no ser así temo que me habría marchado para no volver.

Bien, fui demasiado breve en la contestación ya que solo le dije mi nombre: Helena.

Tras unos segundos de silencio, volví a pronunciarme: ¿Tú eres Lidia, verdad?

-Sí- contestó segura-, aunque en unos instantes toda la seguridad que había mostrado anteriormente se derrumbó al preguntarme cómo lo sabía.

Decidí que era el momento de contarle mi historia; aunque pensándolo mejor, no era solo mía, era nuestra historia.

-Verás –comencé diciendo-, es la primera vez que te veo en mi vida pero sé demasiadas cosas de ti, puesto que, lo creas o no, somos hermanas.

Al nacer, nuestro padre nos abandonó y nuestra madre decidió darnos en acogida.

Como es lógico, nadie quería dos niñas iguales, así que nos entregó a cada una en una familia diferente.

Hace varios años, al cumplir la mayoría de edad, mis padres adoptivos decidieron contarme la verdad; lo que yo te estoy relatando me lo hicieron saber ellos hace no demasiado tiempo. Por todos los medios intenté localizar a la que había sido siempre, sin yo saberlo, mi madre. Pero conseguí averiguar que estaba muerta. Un cáncer se desarrolló en su cuerpo y murió hace unos seis años. Aunque esto me entristeció bastante, aún tenía la esperanza de encontrar algún dato más sobre su vida.

Bien, comencé a investigar y logré encontrar lo que mamá dejó escrito en un cuaderno; el lugar donde nos había dejado a cada una, y su esperanza de que alguna de las dos encontrásemos aquel escrito y pudiésemos unirnos para saber que somos hermanas. En aquellas hojas también nos pedía perdón por el abandono, pero juraba que no pudo haber hecho otra cosa.

Busqué a tu familia y me dijeron que te habías casado y te habías trasladado a vivir a otra ciudad. Continué con tu búsqueda, porque no me pensaba dar por vencida.

Al fin encontré tu casa, y vi por la ventana cómo un hombre corpulento te pegaba una paliza. Espero que me perdones pero no tuve valor de entrar a ayudarte en aquella situación; sabía que eras tú porque veo en ti mi mirada.

Seguí a la ambulancia que te trasladó hasta este hospital, pero tampoco tuve valor de entrar, y aún me arrepiento de ello.

Ayer no conseguía dejar de pensar en ti, en que si algo te hubiese pasado aquella tarde habría sido sólo mi culpa, ya que pude haberte ayudado, pero era tal el miedo que sentía y la desconfianza en mí misma que no fui capaz.

Esta mañana decidí venir a verte. La enfermera me preguntó que a quién buscaba, y no le pude decir tu nombre, tampoco tus apellidos y ni siquiera supe describirle tu cuerpo. Solo le pedí que me mirase a los ojos y que recordase dónde se encontraba una chica de mi misma edad con unos ojos idénticos que había sido maltratada.

Me supo indicar que estabas aquí. Transcurrieron unos segundos en silencio y decidí continuar...

Ahora me toca a mí hacer las preguntas:

-¿Quién era aquel “animal” que vi el otro día descargando toda su rabia sobre ti?

Se quedó mirándome fijamente y comenzaron a brotar las lágrimas de nuestros ojos a una misma vez.

Solo tuvo fuerzas para decirme: -“Era mi marido y siempre le voy a querer”.-

Vi cómo poco a poco se le iban cerrando los ojos, y cómo con aquellas últimas lágrimas me estaba diciendo adiós, pero después del esfuerzo que había realizado para encontrarla no me resignaba a que muriese ante mí.

Consiguió decir una entrecortada frase que recordaré hasta el día de mi muerte: “Gracias por buscarme y por ser mi hermana.”

Me negaba a verla morir, la zarandeé varios minutos gritando desesperadamente que no me podía hacer eso, que tenía que saber cómo había sido su infancia y contarle yo la mía. Tenía que decirle que la había echado de menos aun sin conocerla y pedirle que fuéramos a vivir juntas para que olvidase a aquel violento hombre que días atrás le había herido su vida, pero que en ese preciso instante se la estaba llevando con él.

Le juré que lo buscaría y le pediría una explicación de por qué tras 23 años había decidido quitarle la vida, si es que realmente la quería. Aunque creo que cuando dije estas últimas palabras, ya no podía oírme.

Ahora solo puedo lamentarme, con la única felicidad de que te pude conocer y de que me diste las gracias y te fuiste sabiendo que yo era tu hermana y que te quería.

Te vi nacer ante mí, y falleciste ante mis ojos.