Este periódico escolar nace como una aventura en la que un grupo de alumnos y de profesores quieren explorar las posibilidades de las herramientas de comunicación que existen en Internet. Está abierto a la colaboración de alumnos y profesores de nuestro Instituto.
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jueves, 29 de abril de 2010

Un día de primavera

Un día de primavera
Era un día de primavera. Sara y su madre se dirigían hacia el aeropuerto, en busca de nuevas oportunidades que les ofreciera la vida.
     Sara tenía ocho años; era una chica risueña y alegre, a la que le encantaban las aventuras y se pasaba el día inventando historias y jugando con su hámster. En cambio, su madre, era una mujer soñadora, luchadora, y que había pasado muy malos momentos tras divorciarse con el padre de su única hija. Y por ello, se marchaba con su hija lejos de su país natal, a conocer un mundo nuevo y olvidarse del pasado.
     Al llegar al aeropuerto, a Sara se le dibujó en la cara una sonrisa al ver aquello. Se acercó al mirador, y tras un amplísimo ventanal vio tres aviones grandísimos, con muchas ventanas y unas alas enormes. Sara estaba muy emocionada, pero no podían perder el tiempo en ver aquello, tenían que embarcar el equipaje y subir al avión.
     Eran las diez de la mañana, cuando embarcaron las maletas y se dispusieron a subir al avión que salía hacia Cuba a las diez y media de la mañana.
     Y con una mirada atrás, se despidieron de la que fue hasta entonces su tierra, y siguieron caminando hacia la puerta de embarque de su vuelo.
     Subieron al avión, y se sentaron juntas, en los asientos que tenían asignados. El avión no era tan grande como los que Sara había visto en el mirador, pero era confortable, y le gustaba mucho, puesto que era el primer avión al que subía.
     Cuando el reloj marcó las diez y media exactamente, el avión estaba completamente lleno, y el piloto informó a los pasajeros sobre las salidas de emergencia, las medidas de seguridad del avión, la hora de llegada prevista, etc.
Sara estaba muy nerviosa, ya que se acercaba la hora de despegar y eso la asustaba. Los pasajeros se pusieron los cinturones y el avión despegó correctamente. Cuando se estabilizó, Sara se tranquilizó y vio por la ventanilla de su asiento lo pequeño que se veía todo. Las casas parecían de juguete, y las personas casi no se apreciaban. Desde allí arriba, uno se sentía tan grande y tan poderoso que cualquier cosa resultaría insignificante comparada con aquella sensación.
A las dos horas de vuelo, Sara y su madre estaban profundamente dormidas, pero un sonido muy alto y agudo las despertó. Una alarma estaba sonando en el avión, y los pasajeros estaban muy asustados. De repente, la alarma se paró y hubo un gran silencio, hasta que el piloto encendió su micrófono y dijo:
  • Señores pasajeros, estamos sobrevolando el océano Atlántico, Longitud 50º Oeste, Latitud 20º Norte. Tranquilícense, hemos    tenido una avería en el sistema de alerones y nos disponemos a solucionarla, pero por ahora mantengan la calma.
Los pasajeros estaban aterrorizados, pero se mantuvieron calmados. Sara tenía mucho miedo, y se abrazó a su madre muy fuerte; ésta, la calmaba diciéndole que todo saldría bien y que no pasaría nada. Pero no fue así. Media hora después, el piloto, volvió a dirigirse a los pasajeros pero esta vez sus palabras fueron más lentas, y con voz más suave:
  • Señores pasajeros, me temo comunicarles que la avería no ha podido ser reparada, ya que los daños son más graves de lo que pensábamos. Y siento decirles que será complicado llegar a nuestro destino en estas condiciones de vuelo.
Después de oír esto, en el avión hubo unos segundos de silencio. Posteriormente se escucharon llantos, y los pasajeros deseaban con todas sus fuerzas llegar a tierra. Sara no podía creer lo que estaba pasando, y se abrazó fuertemente a su madre.
Pasaron diez, quizá veinte minutos, cuando el avión comenzó a desestabilizarse. La gente gritaba y lloraba. Pero Sara y su madre seguían abrazadas con la aun viva esperanza de llegar a tierra.
Después de uno o dos minutos, cuando ya se veía el mar a pocos metros, madre e hija se miraron a los ojos, y, en ese mismo instante, el avión chocó  con el océano. Fue un choque tan fuerte que el avión salió despedido en mil pedazos, y hubo una gran humareda.
Pero entre tantos objetos y tanto humo, a lo lejos, se vio a dos personas abrazadas, dos personas que se miraban a los ojos, y que se las llevó la marea.
Y en el fondo del océano, aun permanecen abrazados sus dos cuerpos; y sus almas, navegando, en busca de una vida nueva, en aquel día de primavera.