Sueños
Mario y yo decidimos salir a pasear de noche. Las estrellas eran lo único que iluminaba el estrecho sendero. Me miró, le miré. Apartó la mirada, entonces yo también la aparté. Parecía que el viento cantaba “Bésala”. Y yo pensaba “Sí, por favor”. De repente salió corriendo. Me quedé dónde estaba pensando que era http://www.google.es/una idiota por creer que algún día decidiría que era su chica perfecta. Volvió. Le pedí una explicación. Me dijo que le entró miedo de hacer lo que iba a hacer. Levantó una mano, la resbaló por mi mejilla dejándola caer hasta mi cuello, puso su otra mano en mi cintura y juntó sus labios con los míos. Se derramaron lágrimas de mis ojos y Mario me las enjugó son el puño de su sudadera. Me dijo, con una gran sonrisa en su cara, que me quería. Sonreí. Me cogió de la mano y me llevó hasta mi casa. De repente, desperté. Todo había sido un sueño. Nunca estaríamos juntos...
Llegué al instituto. Mario estaba sentado en el patio con sus amigos. Me quedé mirándole, embobada por su sonrisa, como si volviera a estar en mí sueño. Dos chicos más pequeños que yo, que se estaban peleando, vinieron rápidamente a despertarme de ese sueño. Uno de ellos me empujó con tanta fuerza que caí al suelo. Todos mis libros cayeron conmigo, desperdigándose por el suelo. Mi amiga salió corriendo, y todos los chicos que había delante empezaron a reírse. Cogí mis libros e intenté levantarme. Mario corrió a ayudarme cuando vio que estaba en el suelo. Cuando estaba ya de pie, Mario me preguntó si estaba bien. Le contesté que sí y le di las gracias por haberme ayudado. Sonó la sirena y corrí hasta mi clase. Él se sentó detrás de mí y no paró de preguntarme por mi vida. Le conté todo, incluso cuando se me cayó el primer diente de leche. Su última pregunta me dejó un poco impresionada. Me preguntó si tenía novio. Le dije que no. Volvió a sonar la sirena que marcaba el final de la clase. Yo tenía francés y él tecnología y después teníamos recreo.
Salí al patio del recreo. Mario me vio y me dijo con señas que me acercara. Tenía puestos los auriculares del móvil. Vi a una chica que estaba tonteando con él. No pude soportar mis celos. Me di la vuelta y me alejé de allí. Mario se quito de encima a esa chica y salió corriendo para alcanzarme. Me agarró de la muñeca y me giró con delicadeza para que quedáramos el uno frente al otro. Solo unos centímetros separaban nuestros labios. Podía escuchar la canción que sonaba en sus cascos, ‘’This I love’’ de Guns N’ Roses, una preciosa balada heavy. Nos separamos, ruborizados por lo cerca que habíamos estado de besarnos. Le dije que había oído la canción y que me encantaba. Me puso uno de los auriculares en la oreja y empezó a enseñarme las canciones que tenía en el móvil. Le pedí que dejara una canción, “16 añitos’’ de Dani Martín. Empecé a cantar “Dieciséis añitos fiera, me creía el rey del mundo. Con mi lema por bandera. Lo que digan yo no escucho”. La canción terminó y nos sentamos en un banco del patio. Nos quitamos los auriculares y nos pusimos a hablar, pero la sirena marcó el final del recreo y, por tanto, el final de nuestra conversación.
Quedaban tres horas de clase, tres asignaturas. Ahora tenía naturales, después inglés y, por último, matemáticas. En la clase de naturales parecía que estaba atendiendo, pero estaba en las nubes, en la de inglés miraba la pizarra sin prestarle atención a las cosas que escribía la profesora y en la clase de matemática miraba por la ventana. Todo sin parar de sonreír. Mario estaba sentado en primera fila con un chico, mientras que yo estaba en la cuarta fila sentada con el empollón de la clase. De repente me pasaron un pequeño trozo de papel doblado por la mitad. Lo desdoblé con cuidado y pude leer:
“Soy Mario, ¿podemos vernos a cuando acaben las clases? Te estaré esperando. Tengo que decirte algo.”
Miré hacia él. Me estaba mirando. Asentí a modo de respuesta. Mario me dedicó una sonrisa. Sentí que mis piernas temblaban. Quería saber lo que tenía que decirme, y también quería estar con él. De repente se me cruzó una idea en la cabeza. ¿Y si lo que me tenía que decir era malo? ¿Y si me decía que sólo me quería como amiga? No. Si fuera alguna de esas cosas no habría apartado a la chica del recreo para acercarse a mí. Me puse muy nerviosa, tanto que me dio un ataque de asma. Menos mal que mi compañero de pupitre se dio cuenta de que no podía respirar. Empezó a buscar en mi mochila, hasta que encontró mi inhalador. Pulsé el botón del inhalador y un molesto polvo salió de él, entrando en mi garganta y haciéndome cosquillas. Nadie más se dio cuenta de mi ataque de asma. Mi compañero me preguntó que si estaba bien y que si quería que hablara con la profesora. La dije que no hacía falta y le di las gracias por haberme ayudado. Al fin sonó la sirena. Empecé a recoger mis cosas y a guardarlas en mi mochila. Estaba nerviosa y no se me quitaba de la cabeza una canción. “Escondidos” de David Bislbal y Chenoa. Estaba saliendo de la clase, y empecé a cantarla “Bésame mientras sientes la piel que hay detrás de mi piel. Júrame una y otra vez que tu intentarías amarme más”.
A la salida Mario me estaba esperando, como prometió. Se me iluminó la cara al verle. Me cogió de la mano, no me lo podía creer, ahora era de verdad. Me acompañó a mi casa, como en mi sueño, y me dijo que no quería despedirse de mí sin hacer algo.
Sin ningún rodeo, me agarró la cara suavemente con sus manos, juntó mi cara con la suya y me besó, esta vez de verdad. Me dijo que llevaba muchísimo tiempo queriendo hacer eso. Le pregunté por qué no lo había hecho antes, y me dijo que era porque no estaba seguro de si yo le quería, pero que ese mismo día se dio cuenta de que le estaba mirando y llegó a la conclusión de que lo tenía que intentar.
Me pidió salir a cenar y, por supuesto, le dije que sí.
Mario y yo decidimos salir a pasear de noche. Las estrellas eran lo único que iluminaba el estrecho sendero. Me miró, le miré. Apartó la mirada, entonces yo también la aparté. Parecía que el viento cantaba “Bésala”. Y yo pensaba “Sí, por favor”. De repente salió corriendo. Me quedé dónde estaba pensando que era http://www.google.es/una idiota por creer que algún día decidiría que era su chica perfecta. Volvió. Le pedí una explicación. Me dijo que le entró miedo de hacer lo que iba a hacer. Levantó una mano, la resbaló por mi mejilla dejándola caer hasta mi cuello, puso su otra mano en mi cintura y juntó sus labios con los míos. Se derramaron lágrimas de mis ojos y Mario me las enjugó son el puño de su sudadera. Me dijo, con una gran sonrisa en su cara, que me quería. Sonreí. Me cogió de la mano y me llevó hasta mi casa. De repente, desperté. Todo había sido un sueño. Nunca estaríamos juntos...
Llegué al instituto. Mario estaba sentado en el patio con sus amigos. Me quedé mirándole, embobada por su sonrisa, como si volviera a estar en mí sueño. Dos chicos más pequeños que yo, que se estaban peleando, vinieron rápidamente a despertarme de ese sueño. Uno de ellos me empujó con tanta fuerza que caí al suelo. Todos mis libros cayeron conmigo, desperdigándose por el suelo. Mi amiga salió corriendo, y todos los chicos que había delante empezaron a reírse. Cogí mis libros e intenté levantarme. Mario corrió a ayudarme cuando vio que estaba en el suelo. Cuando estaba ya de pie, Mario me preguntó si estaba bien. Le contesté que sí y le di las gracias por haberme ayudado. Sonó la sirena y corrí hasta mi clase. Él se sentó detrás de mí y no paró de preguntarme por mi vida. Le conté todo, incluso cuando se me cayó el primer diente de leche. Su última pregunta me dejó un poco impresionada. Me preguntó si tenía novio. Le dije que no. Volvió a sonar la sirena que marcaba el final de la clase. Yo tenía francés y él tecnología y después teníamos recreo.
Salí al patio del recreo. Mario me vio y me dijo con señas que me acercara. Tenía puestos los auriculares del móvil. Vi a una chica que estaba tonteando con él. No pude soportar mis celos. Me di la vuelta y me alejé de allí. Mario se quito de encima a esa chica y salió corriendo para alcanzarme. Me agarró de la muñeca y me giró con delicadeza para que quedáramos el uno frente al otro. Solo unos centímetros separaban nuestros labios. Podía escuchar la canción que sonaba en sus cascos, ‘’This I love’’ de Guns N’ Roses, una preciosa balada heavy. Nos separamos, ruborizados por lo cerca que habíamos estado de besarnos. Le dije que había oído la canción y que me encantaba. Me puso uno de los auriculares en la oreja y empezó a enseñarme las canciones que tenía en el móvil. Le pedí que dejara una canción, “16 añitos’’ de Dani Martín. Empecé a cantar “Dieciséis añitos fiera, me creía el rey del mundo. Con mi lema por bandera. Lo que digan yo no escucho”. La canción terminó y nos sentamos en un banco del patio. Nos quitamos los auriculares y nos pusimos a hablar, pero la sirena marcó el final del recreo y, por tanto, el final de nuestra conversación.
Quedaban tres horas de clase, tres asignaturas. Ahora tenía naturales, después inglés y, por último, matemáticas. En la clase de naturales parecía que estaba atendiendo, pero estaba en las nubes, en la de inglés miraba la pizarra sin prestarle atención a las cosas que escribía la profesora y en la clase de matemática miraba por la ventana. Todo sin parar de sonreír. Mario estaba sentado en primera fila con un chico, mientras que yo estaba en la cuarta fila sentada con el empollón de la clase. De repente me pasaron un pequeño trozo de papel doblado por la mitad. Lo desdoblé con cuidado y pude leer:
“Soy Mario, ¿podemos vernos a cuando acaben las clases? Te estaré esperando. Tengo que decirte algo.”
Miré hacia él. Me estaba mirando. Asentí a modo de respuesta. Mario me dedicó una sonrisa. Sentí que mis piernas temblaban. Quería saber lo que tenía que decirme, y también quería estar con él. De repente se me cruzó una idea en la cabeza. ¿Y si lo que me tenía que decir era malo? ¿Y si me decía que sólo me quería como amiga? No. Si fuera alguna de esas cosas no habría apartado a la chica del recreo para acercarse a mí. Me puse muy nerviosa, tanto que me dio un ataque de asma. Menos mal que mi compañero de pupitre se dio cuenta de que no podía respirar. Empezó a buscar en mi mochila, hasta que encontró mi inhalador. Pulsé el botón del inhalador y un molesto polvo salió de él, entrando en mi garganta y haciéndome cosquillas. Nadie más se dio cuenta de mi ataque de asma. Mi compañero me preguntó que si estaba bien y que si quería que hablara con la profesora. La dije que no hacía falta y le di las gracias por haberme ayudado. Al fin sonó la sirena. Empecé a recoger mis cosas y a guardarlas en mi mochila. Estaba nerviosa y no se me quitaba de la cabeza una canción. “Escondidos” de David Bislbal y Chenoa. Estaba saliendo de la clase, y empecé a cantarla “Bésame mientras sientes la piel que hay detrás de mi piel. Júrame una y otra vez que tu intentarías amarme más”.
A la salida Mario me estaba esperando, como prometió. Se me iluminó la cara al verle. Me cogió de la mano, no me lo podía creer, ahora era de verdad. Me acompañó a mi casa, como en mi sueño, y me dijo que no quería despedirse de mí sin hacer algo.
Sin ningún rodeo, me agarró la cara suavemente con sus manos, juntó mi cara con la suya y me besó, esta vez de verdad. Me dijo que llevaba muchísimo tiempo queriendo hacer eso. Le pregunté por qué no lo había hecho antes, y me dijo que era porque no estaba seguro de si yo le quería, pero que ese mismo día se dio cuenta de que le estaba mirando y llegó a la conclusión de que lo tenía que intentar.
Me pidió salir a cenar y, por supuesto, le dije que sí.