Con este relato, la alumna de cuarto de ESO Elena Domínguez ha sido finalista en el concurso de relato corto de la Fundación para el Fomento de la Cultura Andaluza. Enhorabuena.Irene en el mundo de Elena
Caen…-Decía Irene-Caen…-Dijo de nuevo mientras paseaba su dedo índice por el pasamano del puente mirando una hoja que caía hasta llegar al agua del río. Alzó su mirada, viendo así un cielo azul estrellado con una luna que no estaba nueva. Aún le faltaba un poco para estarlo. Se saltó la valla del viejo puente y se sentó en el suelo de éste, donde sus pies podían tocar las aguas tranquilas de por allí. De vez en cuando salía un pájaro de su escondite y volaba libre, muy alto, llegando hasta donde se le antojara.
-Yo también quiero volar como tú… -Dijo entre suspiros a un pajarillo que volaba en la oscuridad.
La noche estaba muy avanzada cuando pudo escuchar unos pasos procedentes del espeso bosque al otro lado del puente. Al principio no se sobresaltó, pero conforme se daba cuenta de que los pasos estaban cada vez más cercanos a ella se encontraba más inquieta. Cuando se pudo dar cuenta, el sonido que producían los sospechosos pasos había cesado, y ella volvía a disfrutar de su soledad.
Cuando ya estaba lo suficientemente confiada y segura de que ya no había por qué preocuparse ocurrió algo inesperado.
- ¿Qué te inquieta?–Dijo una niña de unos 7 u 8 años de edad que llevaba un vestido algo rasgado de seda blanco. Su pelo era rubio y muy liso y su piel era inapreciablemente pálida ya era difícil percatarse de ello: Estaba muy sucia…parecía llena de tierra.
-¿Te gusta mi puente?- dijo sonriente- Lo construyó mi papá.- Anunció con orgullo.
-S-sí. Vengo aquí muy a menudo. ¿Cómo te llamas pequeña?- dijo la joven de pelo ondulado con mucho interés.
-Jijiji-Rió inocentemente- ¡Aquí los nombres no importan!
Sorprendida por la respuesta de aquella chiquilla, formuló una nueva pregunta:
-¿Qué fue de tu papá?
- Mi papi cumplió lo que me contó. ¡Cumplió su promesa!-Le respondió alegremente.
-¿Qué promesa? Cuéntame pequeñina…-Insistió Irene, que se levantó del suelo del puente y de nuevo se salto el barandal para estar más cerca de la misteriosa chica. Luego se agachó y se miraron a los ojos.
- Mi papá me prometió-comenzó a contar la niña- que conseguiría tocar la Luna.
- ¿Que…?- Dejó escapar de su boca. Aunque pensaba que podrían ser cosas de niños, esa chica despertaba mucho misterio. Era demasiado extraña la situación, la niña…
Ésta continuó:
-Verás…: Él la miraba noche tras noche diciendo que algún día conseguiría llegar allí. Era su mayor sueño; me contaba que cuando llegabas a ella caías en un profundo sueño del que no volvías a despertar, donde te sitúas en tu sitio preferido del cielo, donde podías ser libre sin ataduras…- relató la chica de corta edad a la vez que miraba y señalaba con la mano una estrella más brillante que ninguna- Allí está mi papá, en aquella estrella-.
La joven de mayor edad permanecía quieta, esperaba con ansia que le contara más sobre su padre y el sueño de éste.
- Mi papá también me dijo que antes de irse debía hacer algo que siempre había querido hacer. Aunque nunca supe qué era, sé que lo hizo porque si no, no podría irse a cumplir su sueño.- Añadió la pequeña, que miró hacia la oscuridad del bosque situado al lado contrario del que procedía. Irene la miraba soñadora y continuaba sin moverse. Entonces, la niña se giró y se fue sin más por donde había venido tarareando una canción hasta que se adentró en el bosque.
La joven dudó unos instantes. No sabía si ir tras la ella o dejar que se fuera sin más. Pero la curiosidad y sus ganas por hacer lo mismo que el hombre del que hablaba la misteriosa chiquilla eran más fuertes que su miedo al bosque e impidieron que se quedara inmóvil un segundo más. Así que se levantó y caminó con sumo cuidado unos metros hasta poder ver la silueta de la niña, que se alejaba lentamente de ella.
Se apresuró y comenzó a andar muy rápidamente, sin tener en cuenta los posibles peligros que podría tener un bosque tan oscuro, donde de noche sólo llegaba luz de la Luna a pequeñas zonas donde a las ramas de los árboles se les habían escapado algún rayo luminoso. El desánimo le invadió de repente: la niña, su silueta, la dulce melodía que cantaba... todo parecía haberse desvanecido. Ya no la podía ver, ni oír. Miraba a todos lados, ¡a todos! Pero ni rastro de ella.
Poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad, y distinguía cada piedra que encontraba en su camino. El reloj que siempre llevaba debía haberlo perdido y la noche parecía no acabar nunca.
De nuevo miró hacia un lado y a otro, sin respuesta alguna a sus dudas; ¿Dónde está?, ¿Dónde estoy exactamente?, ¿Qué hora es?, ¿Qué pasara ahora?, ¿Qué debo hacer…?
Sólo escuchaba ruidos del bosque, ninguno menos raro que el siguiente y que lograban que Irene se estremeciese. Se sentía observada por mil ojos inexistentes, o al menos eso creía:
En este bosque habitaban numerosas criaturas de las que se ignoraba por completo su existencia. Ella conocía leyendas especialmente místicas y la mayoría sobre oscuros bosques de cuento, y como toda persona, los creía ficticios. Pero para su suerte o no, dichas leyendas las conocía muy bien, y el bosque en que se encontraba le recordaba especialmente a una leyenda que su hermana le contaba en su niñez:
“Cuenta la leyenda que en las noches en las que la Luna desea estar nueva, muchos seres reinan el oscuro bosque de Vowort, donde todos callan y sólo valientes entran en él para después ser invadidos por puro misterio del que no quieren volver…”-.
Una lágrima recorrió su cara hasta que finalmente cayó al suelo, y a Irene le sirvió para volver a la realidad y dejar de recordar a su familia, de la que no sabía nada desde corta edad.
Hacía frío, y su vestimenta dejaba mucho que desear. Decidió refugiarse en cualquier rincón en el que estuviera recogida. Por suerte, encontró un hueco en el suelo, algo cubierto por raíces. Allí estaría a salvo para descansar. Había perdido la esperanza de encontrar a la niña, y con ello el fin de la historia.
Miró a su alrededor. Todo era de cuento de hadas; el río húmedo que se iba abriendo paso entre las rocas, los árboles altos y robustos que dejaban caer sus ramas, luciérnagas que junto con las estrellas hacían un bosque mágico…
Sus pensamientos se interrumpieron. Tenía frente a ella a la niña con la que había hablado. Misteriosa como la que más, dejó ver su rostro, en el que destacaban sus ojos verdes y parecían iluminarle la carita. Irene, atónita por su reencuentro, se levantó. Ninguna de ellas hablaba y el silencio la hacía temblar. Duda, miedo. Es lo que sentía Irene. Posteriormente, la chica se le acercó y susurró:
-¿Por qué tener miedo a aquellos que forman parte de tus más profundos sueños?-.
La inocente e infantil chiquilla a la que había conocido en el puente ya no hablaba con las palabras y las expresiones de una niña de 7 años. Ahora, aunque manteniendo su timbre infantil, hablaba como una persona de mayor edad.
Irene la miraba fijamente a los ojos, pero estaba muda.
-No hay que tener miedo, Irene… Tus ojos negros te protegen de bestias, tu pelo largo y entre rizado te hace diferente a cualquier habitante de aquí y a la vez te hace digna de respeto.- La niña parecía confusa, pero estaba muy segura de lo que decía y hacía.-Por tu nombre sé que amas la paz y la tranquilidad, ¿no es así?-.
-S-sí. Pero… ¿cómo te llamas? Quiero… quiero saber tu nombre… quiero saber tu historia… quiero saber dónde estoy…- dijo Irene insegura. Y la chica sonrió levemente.
-¿Quieres saber quien soy antes de saber quien eres?- Dijo justificando su sonrisita.
Entonces, se quedó perpleja.- ¿que quién soy?-se decía para sí. No comprendía nada. No sabía qué decir. Sencillamente… no entendía nada.-muy bien…-Se dijo. Y seguidamente añadió en voz alta:
-¿Quién soy?- Se limitó a decir.
-Eres hija de duendes, hermana de hadas y madre de la magia pura. Tus poderes son la serenidad que regalas a nuestro bosque, junto con la capacidad de amar el más puro de los sueños.- relató. Como podía observar, Irene continuaba en el mismo estado. Así que cogió su mano y dijo:-Ven conmigo-.
Ella la siguió en silencio. No fueron muy lejos: Sólo andaron hasta atravesar el río por otro puente idéntico al anterior. Ambas se sentaron y la niña continuó hablando:
-Estás en el bosque de Vowort. Me llamo Henar y estás rodeada de un mundo en el que reina la paz, la magia y los seres que en el bosque habitan. Suelen observar el bosque que les rodea en silencio, y yo soy quien les transmite cómo está el mundo fuera de aquí... Yo soy quien les cuenta que el mundo ya no cree en la magia, que los niños han olvidado lo que era su mundo imaginario, que ya la gente no tiene sueños que seguir y hacen las cosas sin inquietarles el por qué, que ya el mundo sonríe por cumplir y no porque realmente hay algo que les hace feliz, que los jóvenes dejan los juegos de niños porque creen que son demasiado mayores para jugar y donde se piensa que los sueños son cosas de personas infantiles, donde la apariencia está por encima de la verdad…-
Henar hablaba muy seria y su cara tenía un aspecto triste y asombrosamente serio. Por primera vez, fue ella quien bajó la mirada al suelo y no Irene, que con su mano la cogió de la barbilla y le levantó ligeramente la cara.
-No estés triste.- Dijo sujetando la pequeña cara de Henar. ¿Sufres por aquellos que han olvidado…?- Le dijo mirándola fijamente.
La niña volvió a sorprender a Irene. Apartó su cara de las manos que la sujetaban, y caminó hacia el río. Metió sus pies, y mirando cómo el agua fluía entre sus tobillos y sus dedos dijo:
-Hay vidas que carecen de sentido. Que fluyen como el agua que se va de entre mis pies y que no volverá a pasar por el mismo lugar. Igual que las horas, los días, los meses, los años… Los que han pasado quedan en el recuerdo- Henar salió del río -Sólo me entristece saber lo poco conscientes que son algunos del mundo que les rodea.-
Irene se quedó sentada en el suelo, mirando a su alrededor y sin hacer ningún comentario. El frío se le había olvidado mientras escuchaba a la chica que estaba ya a su lado, sentada y mirando también lo que les rodeaba.
Henar continuó describiendo a las criaturas del bosque; algunas tenían aspecto elegante, otras tiernas, otras eran muy semejantes a los humanos pero tenían curiosas marcas en el cuello, brazos y piernas. Curiosamente, estas señales no afeaban sus cuerpos, sino que les hacían interesantes y adornaban su cuerpo de forma extraña. Irene, perpleja por lo que oía, apenas podía parpadear y sus ojos brillaban de ilusión.
-Me alegra que te interese nuestro mundo. Tú mundo.- Comentó Henar.
- ¿Mi mundo…? No nací aquí y me crié en la ciudad.- Dijo entristecida, y con señales de desolación en la cara –Y lo más cerca que he estado del bosque hasta esta noche han sido mis noches en el puente.- Dijo en tono más bajo.
Henar habló una vez más.
-En el puente te he visto llorar, reír, pensar… Siempre sola y mirando el cielo, las estrellas o la Luna.- Sonrió. Irene la miró con incomprensión sin saber el por qué de su sonrisa. Entonces continuó hablando con clara intención de contestarle su duda. – ¡Eso te une a nuestro mundo! Sin saberlo, nunca has estado en el puente sola. Los seres que habitan aquí han estado a tu alrededor, observándote.- Terminó de decir.
Se produjo un profundo silencio. Irene estaba ensimismada pensando en lo que le había ocurrido. Era todo tan extraño… Era como si todo lo que imaginaba cada noche en el puente hubiera existido sin darse cuenta. Un lugar donde habitaban toda clase de seres que observaban el mundo exterior al bosque. Que la observaban a ella.
Mientras tanto, Henar la miraba desde la rama más baja de un árbol. Su vestido de seda dejaba entrever la silueta de sus pequeñas piernas y las rasgaduras permitían ver alguna parte de las rodillas. A su lado, había un ser viejo con melena y barba cana y entre larga. En su cara y sus tobillos tenía unas manchas verdes. Llevaba puesto un pantalón y una camisa verdes como la hierba del bosque, igualmente rasgados y sucios como el vestido de la niña. También llevaba un gorrito puntiagudo marrón que seguramente tapaba la calva que pensó Irene que tendría en la cabeza. Entonces recordó la historia que le empezó a contar Henar, y supuso que preguntar por ella no sería mala idea..
- ¿Y la historia que me contaste en el puente?
- ¿La de mi padre?- Preguntó mirando al ser que tenía a su lado.
-Sí, esa misma. Entré en el bosque para buscarte y saber la historia entera.- Una hoja cayó y se le quedó en la mejilla a Irene. Ésta se la apartó. –Termina de contármela…
-Vale.- Henar adquirió de nuevo el tono ingenuo e infantil con el que la había conocido Irene.- Pero no te la voy a contar yo. Sino... Mi padre.-A Irene le dio un vuelco el corazón al saber que el padre de la chiquilla era aquel anciano ser semihumano.- Aunque creo que descubrirás el final tu sola.-Terminó de decir. Y entonces intervino el anciano, al que llamaban Arón.
-¿Recuerdas la leyenda que te contaba tu hermana cuando erais niñas?
-Sí. ¿Pero eso que tiene que ver?- dijo extrañada.
-Jajaja- Rió el anciano, que luego levantó un poco sus grandes y pobladas cejas- Mucho Irene.-Dijo más tranquilo.- A ver… ¿como empezaba? Ah, sí…“Cuenta la leyenda que en las noches en las que la Luna desea estar nueva muchos seres reinan el oscuro bosque de Vowort, donde todos callan y sólo valientes entran en él para después ser invadidos por puro misterio del que no quieren volver…” ¿Recuerdas como terminaba?-
-Claro- Irene estaba asombrada. No esperaba que Arón supiera esa leyenda. Entonces, continuó: -"Todos observan su alrededor y miran el mayor lucero del cielo rodeado de estrellas esperando respuestas que no existen. Dicen que el bosque busca a una criatura que se encuentra fuera de él, que cuando la encuentre las dudas se desvanecerán y será como si el mal mundo que le rodea no hubiera existido. En la parte más oscura, en el corazón del bosque, hay un anciano ser, el más viejo de todos, que hablará con la criatura ya encontrada por la silueta perteneciente al alma más importante de este lugar, representada en una niña pequeña. Entonces, sólo entonces, el miedo que acecha desaparecerá y todos caerán en un profundo sueño del que no querrán volver.”
-Bien, bien- Arón reía contento- Veo que la recuerdas muy bien-Terminó de decir satisfecho.
-¿Bien qué?- Irene seguía sin comprender.
-Que me alegra que la recuerdes. Verás… La historia que empezó a contarte mi hija, va relacionada con la leyenda. Cuando te dijo que yo estaba en esa estrella, significaba que estoy en otro lugar, en el lugar de mis sueños. En la leyenda apareces tú, que eres la criatura a la que busco, ya que este mundo lo creamos entre tú y yo mientras mirábamos la luna en aquel puente. Y aparece mi hija como lo más importante y puro, que representa el misticismo de lo soñador y que hace que hace posible nuestro encuentro.-
Irene estaba quieta, de pie, mirando hacia la rama en la que se encontraban el anciano y la niña. Bajó su mirada unos instantes, mirando el húmedo suelo. No podía creer nada de lo que estaba sucediendo. Y empezó a comprender…
-Eso significa… ¿que he llegado a la Luna…?
-Significa pues, que has cumplido el sueño de vivir en el mundo que creabas mientras mirabas la luna. ¿No querrás dejar de verla, verdad?- Dijo risueño Arón, que estaba en una roca frente a Irene.
-¿Otra vez en tu mundo Elena?- Dijo la profesora, dando unos golpecitos en la mesa de la alumna.
-¿Ehn…?- Dijo aún sin reaccionar. Entonces vio al resto de su clase, unos distraídos mirando al cuaderno, otras con su vista fijada en la profesora de lengua y atentos a lo que estaba explicando, y otros se limitaban a observar a Elena.
-Es la última vez que te llamo la atención- Anunció Carmen, sin alterarse lo más mínimo.- A ver Elena, ¿qué es lo último que me oíste decir?
-Que había un concurso de escritura, profesora.-Contestó ya en el mundo real
-¿Nada más? A ver… Está bien, lo voy a repetir. Pero ya que has estado un buen rato Dios sabe donde, esta vez sólo lo resumiré ¿vale? Espero que esta vez estés atenta.- La profesora de lengua empezó a contar el resumen de la hoja que había leído mientras Elena había estado en un mundo paralelo:
-Como he leído anteriormente, La Fundación de Cultura Andaluza ha organizado para alumnos de 4º de Eso y 1º y 2º de Bachillerato un concurso de relato corto, en el que se presentarán historias inéditas. La extensión del relato será de entre 5 y 10 folios por una sola cara…-
Suena la campana del instituto y los alumnos salen de las clases para irse a casa. Elena, inquieta, no se quita de la cabeza el concurso y cuando llega a casa, empieza a escribir:
“Caen…-Decía Irene-Caen…”
-Yo también quiero volar como tú… -Dijo entre suspiros a un pajarillo que volaba en la oscuridad.
La noche estaba muy avanzada cuando pudo escuchar unos pasos procedentes del espeso bosque al otro lado del puente. Al principio no se sobresaltó, pero conforme se daba cuenta de que los pasos estaban cada vez más cercanos a ella se encontraba más inquieta. Cuando se pudo dar cuenta, el sonido que producían los sospechosos pasos había cesado, y ella volvía a disfrutar de su soledad.
Cuando ya estaba lo suficientemente confiada y segura de que ya no había por qué preocuparse ocurrió algo inesperado.
- ¿Qué te inquieta?–Dijo una niña de unos 7 u 8 años de edad que llevaba un vestido algo rasgado de seda blanco. Su pelo era rubio y muy liso y su piel era inapreciablemente pálida ya era difícil percatarse de ello: Estaba muy sucia…parecía llena de tierra.
-¿Te gusta mi puente?- dijo sonriente- Lo construyó mi papá.- Anunció con orgullo.
-S-sí. Vengo aquí muy a menudo. ¿Cómo te llamas pequeña?- dijo la joven de pelo ondulado con mucho interés.
-Jijiji-Rió inocentemente- ¡Aquí los nombres no importan!
Sorprendida por la respuesta de aquella chiquilla, formuló una nueva pregunta:
-¿Qué fue de tu papá?
- Mi papi cumplió lo que me contó. ¡Cumplió su promesa!-Le respondió alegremente.
-¿Qué promesa? Cuéntame pequeñina…-Insistió Irene, que se levantó del suelo del puente y de nuevo se salto el barandal para estar más cerca de la misteriosa chica. Luego se agachó y se miraron a los ojos.
- Mi papá me prometió-comenzó a contar la niña- que conseguiría tocar la Luna.
- ¿Que…?- Dejó escapar de su boca. Aunque pensaba que podrían ser cosas de niños, esa chica despertaba mucho misterio. Era demasiado extraña la situación, la niña…
Ésta continuó:
-Verás…: Él la miraba noche tras noche diciendo que algún día conseguiría llegar allí. Era su mayor sueño; me contaba que cuando llegabas a ella caías en un profundo sueño del que no volvías a despertar, donde te sitúas en tu sitio preferido del cielo, donde podías ser libre sin ataduras…- relató la chica de corta edad a la vez que miraba y señalaba con la mano una estrella más brillante que ninguna- Allí está mi papá, en aquella estrella-.
La joven de mayor edad permanecía quieta, esperaba con ansia que le contara más sobre su padre y el sueño de éste.
- Mi papá también me dijo que antes de irse debía hacer algo que siempre había querido hacer. Aunque nunca supe qué era, sé que lo hizo porque si no, no podría irse a cumplir su sueño.- Añadió la pequeña, que miró hacia la oscuridad del bosque situado al lado contrario del que procedía. Irene la miraba soñadora y continuaba sin moverse. Entonces, la niña se giró y se fue sin más por donde había venido tarareando una canción hasta que se adentró en el bosque.
La joven dudó unos instantes. No sabía si ir tras la ella o dejar que se fuera sin más. Pero la curiosidad y sus ganas por hacer lo mismo que el hombre del que hablaba la misteriosa chiquilla eran más fuertes que su miedo al bosque e impidieron que se quedara inmóvil un segundo más. Así que se levantó y caminó con sumo cuidado unos metros hasta poder ver la silueta de la niña, que se alejaba lentamente de ella.
Se apresuró y comenzó a andar muy rápidamente, sin tener en cuenta los posibles peligros que podría tener un bosque tan oscuro, donde de noche sólo llegaba luz de la Luna a pequeñas zonas donde a las ramas de los árboles se les habían escapado algún rayo luminoso. El desánimo le invadió de repente: la niña, su silueta, la dulce melodía que cantaba... todo parecía haberse desvanecido. Ya no la podía ver, ni oír. Miraba a todos lados, ¡a todos! Pero ni rastro de ella.
Poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad, y distinguía cada piedra que encontraba en su camino. El reloj que siempre llevaba debía haberlo perdido y la noche parecía no acabar nunca.
De nuevo miró hacia un lado y a otro, sin respuesta alguna a sus dudas; ¿Dónde está?, ¿Dónde estoy exactamente?, ¿Qué hora es?, ¿Qué pasara ahora?, ¿Qué debo hacer…?
Sólo escuchaba ruidos del bosque, ninguno menos raro que el siguiente y que lograban que Irene se estremeciese. Se sentía observada por mil ojos inexistentes, o al menos eso creía:
En este bosque habitaban numerosas criaturas de las que se ignoraba por completo su existencia. Ella conocía leyendas especialmente místicas y la mayoría sobre oscuros bosques de cuento, y como toda persona, los creía ficticios. Pero para su suerte o no, dichas leyendas las conocía muy bien, y el bosque en que se encontraba le recordaba especialmente a una leyenda que su hermana le contaba en su niñez:
“Cuenta la leyenda que en las noches en las que la Luna desea estar nueva, muchos seres reinan el oscuro bosque de Vowort, donde todos callan y sólo valientes entran en él para después ser invadidos por puro misterio del que no quieren volver…”-.
Una lágrima recorrió su cara hasta que finalmente cayó al suelo, y a Irene le sirvió para volver a la realidad y dejar de recordar a su familia, de la que no sabía nada desde corta edad.
Hacía frío, y su vestimenta dejaba mucho que desear. Decidió refugiarse en cualquier rincón en el que estuviera recogida. Por suerte, encontró un hueco en el suelo, algo cubierto por raíces. Allí estaría a salvo para descansar. Había perdido la esperanza de encontrar a la niña, y con ello el fin de la historia.
Miró a su alrededor. Todo era de cuento de hadas; el río húmedo que se iba abriendo paso entre las rocas, los árboles altos y robustos que dejaban caer sus ramas, luciérnagas que junto con las estrellas hacían un bosque mágico…
Sus pensamientos se interrumpieron. Tenía frente a ella a la niña con la que había hablado. Misteriosa como la que más, dejó ver su rostro, en el que destacaban sus ojos verdes y parecían iluminarle la carita. Irene, atónita por su reencuentro, se levantó. Ninguna de ellas hablaba y el silencio la hacía temblar. Duda, miedo. Es lo que sentía Irene. Posteriormente, la chica se le acercó y susurró:
-¿Por qué tener miedo a aquellos que forman parte de tus más profundos sueños?-.
La inocente e infantil chiquilla a la que había conocido en el puente ya no hablaba con las palabras y las expresiones de una niña de 7 años. Ahora, aunque manteniendo su timbre infantil, hablaba como una persona de mayor edad.
Irene la miraba fijamente a los ojos, pero estaba muda.
-No hay que tener miedo, Irene… Tus ojos negros te protegen de bestias, tu pelo largo y entre rizado te hace diferente a cualquier habitante de aquí y a la vez te hace digna de respeto.- La niña parecía confusa, pero estaba muy segura de lo que decía y hacía.-Por tu nombre sé que amas la paz y la tranquilidad, ¿no es así?-.
-S-sí. Pero… ¿cómo te llamas? Quiero… quiero saber tu nombre… quiero saber tu historia… quiero saber dónde estoy…- dijo Irene insegura. Y la chica sonrió levemente.
-¿Quieres saber quien soy antes de saber quien eres?- Dijo justificando su sonrisita.
Entonces, se quedó perpleja.- ¿que quién soy?-se decía para sí. No comprendía nada. No sabía qué decir. Sencillamente… no entendía nada.-muy bien…-Se dijo. Y seguidamente añadió en voz alta:
-¿Quién soy?- Se limitó a decir.
-Eres hija de duendes, hermana de hadas y madre de la magia pura. Tus poderes son la serenidad que regalas a nuestro bosque, junto con la capacidad de amar el más puro de los sueños.- relató. Como podía observar, Irene continuaba en el mismo estado. Así que cogió su mano y dijo:-Ven conmigo-.
Ella la siguió en silencio. No fueron muy lejos: Sólo andaron hasta atravesar el río por otro puente idéntico al anterior. Ambas se sentaron y la niña continuó hablando:
-Estás en el bosque de Vowort. Me llamo Henar y estás rodeada de un mundo en el que reina la paz, la magia y los seres que en el bosque habitan. Suelen observar el bosque que les rodea en silencio, y yo soy quien les transmite cómo está el mundo fuera de aquí... Yo soy quien les cuenta que el mundo ya no cree en la magia, que los niños han olvidado lo que era su mundo imaginario, que ya la gente no tiene sueños que seguir y hacen las cosas sin inquietarles el por qué, que ya el mundo sonríe por cumplir y no porque realmente hay algo que les hace feliz, que los jóvenes dejan los juegos de niños porque creen que son demasiado mayores para jugar y donde se piensa que los sueños son cosas de personas infantiles, donde la apariencia está por encima de la verdad…-
Henar hablaba muy seria y su cara tenía un aspecto triste y asombrosamente serio. Por primera vez, fue ella quien bajó la mirada al suelo y no Irene, que con su mano la cogió de la barbilla y le levantó ligeramente la cara.
-No estés triste.- Dijo sujetando la pequeña cara de Henar. ¿Sufres por aquellos que han olvidado…?- Le dijo mirándola fijamente.
La niña volvió a sorprender a Irene. Apartó su cara de las manos que la sujetaban, y caminó hacia el río. Metió sus pies, y mirando cómo el agua fluía entre sus tobillos y sus dedos dijo:
-Hay vidas que carecen de sentido. Que fluyen como el agua que se va de entre mis pies y que no volverá a pasar por el mismo lugar. Igual que las horas, los días, los meses, los años… Los que han pasado quedan en el recuerdo- Henar salió del río -Sólo me entristece saber lo poco conscientes que son algunos del mundo que les rodea.-
Irene se quedó sentada en el suelo, mirando a su alrededor y sin hacer ningún comentario. El frío se le había olvidado mientras escuchaba a la chica que estaba ya a su lado, sentada y mirando también lo que les rodeaba.
Henar continuó describiendo a las criaturas del bosque; algunas tenían aspecto elegante, otras tiernas, otras eran muy semejantes a los humanos pero tenían curiosas marcas en el cuello, brazos y piernas. Curiosamente, estas señales no afeaban sus cuerpos, sino que les hacían interesantes y adornaban su cuerpo de forma extraña. Irene, perpleja por lo que oía, apenas podía parpadear y sus ojos brillaban de ilusión.
-Me alegra que te interese nuestro mundo. Tú mundo.- Comentó Henar.
- ¿Mi mundo…? No nací aquí y me crié en la ciudad.- Dijo entristecida, y con señales de desolación en la cara –Y lo más cerca que he estado del bosque hasta esta noche han sido mis noches en el puente.- Dijo en tono más bajo.
Henar habló una vez más.
-En el puente te he visto llorar, reír, pensar… Siempre sola y mirando el cielo, las estrellas o la Luna.- Sonrió. Irene la miró con incomprensión sin saber el por qué de su sonrisa. Entonces continuó hablando con clara intención de contestarle su duda. – ¡Eso te une a nuestro mundo! Sin saberlo, nunca has estado en el puente sola. Los seres que habitan aquí han estado a tu alrededor, observándote.- Terminó de decir.
Se produjo un profundo silencio. Irene estaba ensimismada pensando en lo que le había ocurrido. Era todo tan extraño… Era como si todo lo que imaginaba cada noche en el puente hubiera existido sin darse cuenta. Un lugar donde habitaban toda clase de seres que observaban el mundo exterior al bosque. Que la observaban a ella.
Mientras tanto, Henar la miraba desde la rama más baja de un árbol. Su vestido de seda dejaba entrever la silueta de sus pequeñas piernas y las rasgaduras permitían ver alguna parte de las rodillas. A su lado, había un ser viejo con melena y barba cana y entre larga. En su cara y sus tobillos tenía unas manchas verdes. Llevaba puesto un pantalón y una camisa verdes como la hierba del bosque, igualmente rasgados y sucios como el vestido de la niña. También llevaba un gorrito puntiagudo marrón que seguramente tapaba la calva que pensó Irene que tendría en la cabeza. Entonces recordó la historia que le empezó a contar Henar, y supuso que preguntar por ella no sería mala idea..
- ¿Y la historia que me contaste en el puente?
- ¿La de mi padre?- Preguntó mirando al ser que tenía a su lado.
-Sí, esa misma. Entré en el bosque para buscarte y saber la historia entera.- Una hoja cayó y se le quedó en la mejilla a Irene. Ésta se la apartó. –Termina de contármela…
-Vale.- Henar adquirió de nuevo el tono ingenuo e infantil con el que la había conocido Irene.- Pero no te la voy a contar yo. Sino... Mi padre.-A Irene le dio un vuelco el corazón al saber que el padre de la chiquilla era aquel anciano ser semihumano.- Aunque creo que descubrirás el final tu sola.-Terminó de decir. Y entonces intervino el anciano, al que llamaban Arón.
-¿Recuerdas la leyenda que te contaba tu hermana cuando erais niñas?
-Sí. ¿Pero eso que tiene que ver?- dijo extrañada.
-Jajaja- Rió el anciano, que luego levantó un poco sus grandes y pobladas cejas- Mucho Irene.-Dijo más tranquilo.- A ver… ¿como empezaba? Ah, sí…“Cuenta la leyenda que en las noches en las que la Luna desea estar nueva muchos seres reinan el oscuro bosque de Vowort, donde todos callan y sólo valientes entran en él para después ser invadidos por puro misterio del que no quieren volver…” ¿Recuerdas como terminaba?-
-Claro- Irene estaba asombrada. No esperaba que Arón supiera esa leyenda. Entonces, continuó: -"Todos observan su alrededor y miran el mayor lucero del cielo rodeado de estrellas esperando respuestas que no existen. Dicen que el bosque busca a una criatura que se encuentra fuera de él, que cuando la encuentre las dudas se desvanecerán y será como si el mal mundo que le rodea no hubiera existido. En la parte más oscura, en el corazón del bosque, hay un anciano ser, el más viejo de todos, que hablará con la criatura ya encontrada por la silueta perteneciente al alma más importante de este lugar, representada en una niña pequeña. Entonces, sólo entonces, el miedo que acecha desaparecerá y todos caerán en un profundo sueño del que no querrán volver.”
-Bien, bien- Arón reía contento- Veo que la recuerdas muy bien-Terminó de decir satisfecho.
-¿Bien qué?- Irene seguía sin comprender.
-Que me alegra que la recuerdes. Verás… La historia que empezó a contarte mi hija, va relacionada con la leyenda. Cuando te dijo que yo estaba en esa estrella, significaba que estoy en otro lugar, en el lugar de mis sueños. En la leyenda apareces tú, que eres la criatura a la que busco, ya que este mundo lo creamos entre tú y yo mientras mirábamos la luna en aquel puente. Y aparece mi hija como lo más importante y puro, que representa el misticismo de lo soñador y que hace que hace posible nuestro encuentro.-
Irene estaba quieta, de pie, mirando hacia la rama en la que se encontraban el anciano y la niña. Bajó su mirada unos instantes, mirando el húmedo suelo. No podía creer nada de lo que estaba sucediendo. Y empezó a comprender…
-Eso significa… ¿que he llegado a la Luna…?
-Significa pues, que has cumplido el sueño de vivir en el mundo que creabas mientras mirabas la luna. ¿No querrás dejar de verla, verdad?- Dijo risueño Arón, que estaba en una roca frente a Irene.
-¿Otra vez en tu mundo Elena?- Dijo la profesora, dando unos golpecitos en la mesa de la alumna.
-¿Ehn…?- Dijo aún sin reaccionar. Entonces vio al resto de su clase, unos distraídos mirando al cuaderno, otras con su vista fijada en la profesora de lengua y atentos a lo que estaba explicando, y otros se limitaban a observar a Elena.
-Es la última vez que te llamo la atención- Anunció Carmen, sin alterarse lo más mínimo.- A ver Elena, ¿qué es lo último que me oíste decir?
-Que había un concurso de escritura, profesora.-Contestó ya en el mundo real
-¿Nada más? A ver… Está bien, lo voy a repetir. Pero ya que has estado un buen rato Dios sabe donde, esta vez sólo lo resumiré ¿vale? Espero que esta vez estés atenta.- La profesora de lengua empezó a contar el resumen de la hoja que había leído mientras Elena había estado en un mundo paralelo:
-Como he leído anteriormente, La Fundación de Cultura Andaluza ha organizado para alumnos de 4º de Eso y 1º y 2º de Bachillerato un concurso de relato corto, en el que se presentarán historias inéditas. La extensión del relato será de entre 5 y 10 folios por una sola cara…-
Suena la campana del instituto y los alumnos salen de las clases para irse a casa. Elena, inquieta, no se quita de la cabeza el concurso y cuando llega a casa, empieza a escribir:
“Caen…-Decía Irene-Caen…”