-¡Eh, tú!- le gritaron todos-, ¡el rarito!,- pero Fernando no contestó, y decidió seguir su camino, entonces el jefe de la pandilla lo agarró del cuello y le gritó- ¡qué contestes cuando te hablamos!-A Fernando no le gustaba pelear, siempre que alguien le preguntaba por qué no se defendía de los matones el siempre respondía “poco motivo tengo, además, no me gusta pelear”, pero comprendió que la situación había llegado muy lejos, ya que lo acababan de tirar al suelo. -¡¿Qué queréis tú y los tuyos esta vez, Raúl?!- Les respondió. Tan mal le sentó la respuesta a este matón, que de no ser por la intervención de un profesor que pasaba por allí, éste le hubiera dado una paliza enorme. Fernando siguió, después de este incidente, hacia el instituto. La gente, que se había enterado del accidente, se interesó por él, pero él respondía siempre que sólo había sido un accidente, aunque, siendo sinceros, nadie deseaba vengarse más que él.
Estando ya, a mitad de las clases, entró el conserje, que le dijo a Fernando que se pasara por el despacho del director, por el incidente de esta mañana. Llegó pues al despacho del director y le dijo que esperase en una sala que estaba detrás de una vieja puerta de madera. Fernando estaba extrañado, pues algunas veces que había ido al despacho del director no recordaba haber visto esa puerta, sin embargo, obedeció, y entró en la sala. Cuando entró en la sala, vio que era una sala algo deteriorada por el paso del tiempo, decorada con armas y armaduras, avanzó unos pasos, cuando sintió una sensación de vértigo, como si la realidad comenzara a girar y a deformarse a su alrededor, a medida que avanzaba hacia el centro de la sala, más se intensificaba la sensación. Tras casi haber perdido el conocimiento, descubrió el origen de la sensación, provenía de una espada y una armadura expuesta en una plataforma en el centro de la sala, al acercarse, perdió el conocimiento, pero se agarró a la espada.
Cuando despertó, vio que la habitación estaba casi destruida y en ruinas y que llovía, Fernando, además notaba que le pesaba el cuerpo entero. Tratando de averiguar dónde estaba y que le había pasado al instituto y a la ciudad, se miró en un charco y vio que tenia puesta la armadura del centro de la sala, y la espada estaba en el cinto de la armadura. La espada era negra, de hoja curvada y adornada con una enorme calavera en el mango, mientras que la armadura era igual de negra, en el pecho, había grabado un signo extraño, que era una calavera plateada, con cinco puntas de estrella a su alrededor, y con dragones plateados en guanteletes y en las botas de hierro, y el casco articulado en forma de cobra, parecía un demonio salido del infierno, pero no le dio tiempo a aterrarse de su aspecto, pues en ese instante, unas criaturas, verdes, con forma de reptil, y con gran tamaño, se acercaron a él. Estaban cerca de él, y le atacaron, él se vio obligado a defenderse, como ya dije antes, no le gustaba pelear, pero cuando se trata de defender su vida, la cosa cambia. Se defendía con la espada, pero, no podía atravesar la dura piel de los monstruos, uno lo acorraló contra una pared, en ese momento, en su interior, fue como si su vida empezara a pasar delante de sus ojos, y cuando llegó a los recuerdos de los abusos, sintió en su interior una sensación de odio. Recuperó el conocimiento y alzó la espada, el odio se acumulaba en la espada, hasta que tras un tiempo de acumular odio en su interior, soltó un grito y la espada obtuvo un aura roja, que despedazó las extremidades de uno de los monstruos al que abatió después con una estocada, el otro lanzó un ataque con salto, pero se lo devolvió con otra estocada que lo atravesó de pecho a espalda, y el monstruo cayó al suelo fulminado, pero poco tiempo tuvo para saborear la victoria, pues de repente otra figura, esta vez humana, se le apareció.
Era una especie de monje con una túnica negra, que se dirigió hacia él.
-Fernando, bien hecho, has superado la prueba- dijo el extraño.
-¿Esto era una prueba?, ¿Quién eres?, ¿Qué quieres de mi?- preguntaba Fernando aturdido.
-Era una prueba para medir tus habilidades- dijo y continuó su charla- eres el siguiente de una estirpe de caballeros oscuros, destinados a ser los artífices del caos. Tú eres el más grande, el que ha sido elegido por la gladius tenebrarum, espada que llevas en la mano que encierra el poder del caos y la destrucción, y yo soy Belcegor, monje de la oscuridad y el mal.- Se detuvo y tras una pequeña pausa, - esta es la segunda dimensión, donde las leyendas y los mitos oscuros son realidad, y concretamente en el Templo del Mal, lugar donde se liberará el mal en esta tierra.
Fernando estaba confuso, hace unas horas era un simple estudiante y ahora iba a ser el que desatara el mal en esta tierra, aquí había algo raro, pero no le dio tiempo a reaccionar. De repente apareció un altar, con una hermosa doncella, de pelo largo y negro, vestida como noble, y de nuevo, Belcegor se dirigió a él.
-¡Atraviésala con tu espada!-gritó- mata a la futura emperatriz de este mundo, derrama su sangre real, y el poder encerrado en tu espada liberará el poder del caos. Con él podrás hacer cosas increíbles.
Fernando se quedó dubitativo, podrían cumplirse todos sus deseos, pero el precio era demasiado alto, sacrificar dos mundos enteros, él no quería eso. A si que, después de varios minutos respondió.
-Es una oferta tentadora- respondió- pero el único que no saldrá vivo de aquí, eres tú, apenas sé qué eres, pero sé que no soy como dices que soy, así que aquí acaba tu ambición.
-¡Traidor!- gritó a los cuatro vientos, y sacando una daga, empezó a brotar un aura maligna a su alrededor- ¡el poder del caos corre por mis venas y me hace invencible! ¡Vas a morir!
La batalla empezó, el monje oscuro, estocada tras estocada, hizo a Fernando retroceder más y más hacia la pared, acorralándolo y a veces usando su poderosa magia, para aturdir a Fernando. Entre tanto la doncella despertó, y el monje se dirigió a clavarle la daga, para desatar el poder del caos, pero de repente la gladius tenebrarum tomó un aura azul y la clavó en la espalda del monje loco. Éste se retorcía de dolor, preguntándose cómo era posible, Fernando se dio cuenta al instante, pues el odio hacia el monje se había mezclado con su espíritu de justicia y el amor que había surgido en su corazón por la hermosa princesa había creado un aura poderosa que acabó con él. Se quedó mirando la hermosura de la doncella, y ésta observaba a su salvador, el que sería el asesino del mundo se había revelado contra su destino, y cuando éste se quitó el casco, pensó que él no estaba mal. Fernando la iba a sacar de aquí, pues el lugar estaba temblando y salían monstruos, salieron al exterior, donde encontraron un caballo negro. Cuando Fernando subió le salieron alas negras y volando la pareja vio el lugar estallar.
Se detuvieron en una colina, y estuvieron hablando toda la noche, ella dijo que se llamaba Diana, y estuvieron bastante rato contando cosas sobre sus respectivos mundos. Estuvieron hablando mucho tiempo, cuando de repente se apareció una luz, que arrastraba a Fernando hacia su interior.
-¡Diana!, ¡no me dejes!- suplicaba Fernando.
-¡Fernando!, ¡siempre estaré contigo!- gritaba Diana- ¡aquí eres un héroe, y nos volveremos a ver!, ¡no sé cómo, pero te lo prometo!- y Fernando desapareció.
De repente, despertó en el despacho del director, creyó que había sido un sueño, pero el director no lo llamó para lo de la riña con los abusones. Le dijo que una alumna nueva quería que él fuera quien le enseñara el instituto, y cuando la vio, descubrió que se trataba de Diana, la joven princesa que rescató de ese mundo misterioso, no supo cómo, pero había cumplido su promesa.
Desde entonces la vida no volvió a ser igual, con Diana a su lado, ya no estaba solo, se relacionaba con los demás, y los abusones lo respetaban. Diana y Fernando se amaron por siempre jamás, y se concedió el apodo por el que era conocido en el mundo de Diana, el Caballero Luz de Luna, que quería decir que era un caballero que era oscuro como la noche, pero que tenía una luz, brillante en el fondo de la oscuridad, compuesta de justicia, amor y amistad.
