Este periódico escolar nace como una aventura en la que un grupo de alumnos y de profesores quieren explorar las posibilidades de las herramientas de comunicación que existen en Internet. Está abierto a la colaboración de alumnos y profesores de nuestro Instituto.
_______________________________________________________________________________________

viernes, 6 de marzo de 2009

Memorias de un secuestro

MeMoRiaS dE Un SeCuEsTro


29 de marzo 1999, me encuentro en una habitación muy oscura y triste, con poca agua y comida, intentando sobrevivir.

Seguro que os preguntáis a que me estoy refiriendo, pero para que lo entendáis mejor, empezaré por el principio:

Todo empezó hace tan solo una semana, el 22 de marzo exactamente.

Ese día, me levanté más tarde de lo acostumbrado, a las once y media de la mañana. Me fui a desayunar y vi que todos los de mi familia ya habían comido; entonces cogí los platos y me preparé yo misma el desayuno, como suelo hacer cuando no hay nadie o ya han comido, como en este caso.

Terminando de desayunar, entró mi madre en la cocina, para informarme de que mi amiga Isabel me había llamado por la mañana, cuando yo aún dormía. Nada más terminar mi desayuno, me fui a llamarla. Me preguntó si quería quedar esa misma noche para ir a una discoteca a las afueras de la ciudad, y que ella misma me llevaba, así que quedé con ella a las nueve de la noche en mi portal.

Hacia las nueve menos cinco, salí de mi casa y nos fuimos a la disco tal y como acordamos; mi amiga Isabel se había puesto muy elegante, demasiado para mi gusto, con una camiseta muy escotada y una falda roja muy corta, también iba muy maquillada, con los ojos muy negros y los labios con un color rojo intenso; yo iba con una falda que me llegaba por las rodillas, una camiseta negra de manga corta y con una maquillaje muy escaso.

Cuando llegamos a la discoteca, todavía no había mucha gente, pero conforme fueron pasando las horas empezó a llenarse. Yo estaba un poco cortada, porque eso de las discotecas no me gusta mucho; de repente, pasó por delante de mí un muchacho muy guapo, con ojos azules, pelo rubio, de mi misma estatura, quizás unos centímetros más alto que yo, y delgadito; en fin, que era perfecto. Sin yo esperármelo, se me acercó y empezó a hablar conmigo, como si nos conociéramos de toda la vida, y al final acabamos los dos bailando juntos; era muy simpático y amable.

Ya bien entrada la madrugada, Fran, que era como se llamaba aquel muchacho, dejó de bailar y me dijo que nos fuéramos, que ya estaba harto de tanta discoteca, y que si yo quería, él me acompañaría a casa. Sin pensármelo dos veces, le avisé a mi amiga de que me iba, y me marché con él.

Me condujo por unas calles estrechas, entreteniéndome continuamente para que no supiera hacia dónde me llevaba. Acabamos en un aparcamiento muy oscuro, parecía abandonado, y se dirigió hacia una furgoneta roja muy grande y ancha, con unos jóvenes apoyados en ella, con una mirada inquietante; eran unos seis. Cuando nos acercábamos a la furgoneta, de repente todos los chicos empezaron a mirarme y muy despacio fueron sacando navajas de sus bolsillos, incluido Fran; en ese momento me temí lo peor, intenté echar a correr hacia atrás, pero antes de que pudiera darme la vuelta, Fran me cogió del brazo, y todos se abalanzaron sobre mí. Me puse a gritar, para que alguien acudiera a ayudarme, pero aquel aparcamiento estaba tan desierto que nadie me oía, aún así no perdí la esperanza y seguí gritando, lo único que conseguí fue que aquellos chicos empezaran a pegarme patadas, bofetadas, e incluso empezaron a rayarme las piernas con las navajas, así que opté por callarme, con la esperanza de que al menos dejaran de golpearme. Unos minutos más tarde, me vi metida en el portamaletas, dirigiéndome a no sé dónde, pero en ese momento no pensaba nada más en lo que podía pasar después.

No sabría deciros con exactitud, cuanto tiempo me llevé en el interior de ese oscuro y frío portamaletas, solo os puedo decir que, pasado mucho tiempo, la puerta se abrió y uno de aquellos muchachos me sacó del coche de forma tan bruta que caí al suelo, raspándome así mis rodillas. Una vez fuera, los chavales me vendaron los ojos, y las manos, me las ataron tan fuertes que creí que la sangre no me iba a llegar a los dedos.

Me dieron un empujón para que empezase a andar. Me llevaron andando mucho rato, mientras caminaba me sentía muy intranquila y tenía mucho miedo, porque no sabía qué me iban a hacer después, pero la mayoría del camino me llevé pensando en mi familia, en lo mal que lo estarían pasando.

Pasarían unas horas, cuando de repente noté que empezaron a desatarme las manos, en ese momento sentí como si toda la sangre se hubiera ido de golpe hacia mis dedos, dándoles color y un poco de fuerza. A continuación, me empujaron dentro de una habitación, y yo como aún tenía los ojos vendados, me choqué contra la pared de enfrente, ellos al verme chocar, empezaron a reírse y a tirarme pequeñas piedras que había repartidas por el suelo, provocándome así algunas heridas en las piernas y en los brazos.

Cuando se fueron y cerraron la puerta, me quité la venda que impedía mi visión y vi que donde me encontraba era una habitación muy estrecha y oscura, en una de las esquinas de la habitación encontré un escritorio muy viejo, con una pequeña libreta, donde os escribo ahora, y unos cuantos lápices usados. En el lado opuesto al escritorio hay un grifo plateado, fui corriendo a beber y me di cuenta de que salía muy poca agua, así que me tuve que conformar con la que había. Los chicos me daban de comer un trozo de pan, del tamaño de mi mano, y un vaso de agua, una vez al día.

Ya por la noche, me acosté en el suelo en una de las esquinas de la habitación, puse las piernas encogidas a la altura de mi pecho, con la esperanza, de que me calentara un poco.

Pasados unos días, me di cuenta de que se oían voces, parecía como si procedieran de la habitación de al lado. Puse mi oreja apoyada en la pared, de donde procedían estas voces, para escuchar lo que estaban hablando, y supe enseguida que la conversación iba sobre mí, decían que iban a pedir dinero a mi familia, unos diez mil euros, a cambio de mí; y si no se lo daban me matarían; tenían tres días.

Justo después de escuchar la conversación, caí al suelo debido a que las piernas me temblaban tanto del miedo que tenía, que no podía mantenerme en pie, me fui hacia la esquina, donde dormía todas las noches, y allí me encogí sin parar de temblar a causa del miedo.

Ya han pasado tres días y mi familia no ha entregado el dinero, así que ya he perdido toda esperanza de salvarme; dentro de poco vendrán por mí para matarme, así que voy a aprovechar, ya que me quedan unos minutos de vida, para daros un consejo:

"NUNCA OS FIÉIS DE UN EXTRAÑO POR MUY ENCANTADOR QUE PAREZCA"

Por último, aunque probablemente esto no llegará a ellos, quiero decir que desde mi desaparición no dejé de pensar ningún día en todos y cada unos de los miembros de mi familia y de mis amigos. Gracias por todo.