Desesperación
La pequeña vela que se sostenía débilmente sobre el cenicero que tenía, solo llegaba a verme a mí en la oscuridad de la noche. El viento era tan fuerte como para apagar una hoguera si lo quisiese, pero mi vela seguía intacta, como si para ella, el viento no fuese mas que un beso del demonio que la acariciaba suavemente. Solo se escuchaba al rumor del viento, que me parecía contar mil historias al oído.
Se escuchó un gran estruendo. Miré en todas direcciones esperando encontrar alguien, o algo. Pero la vela solo me iluminaba a mí. Se volvió a escuchar ese espantoso ruido más fuerte, o, más cerca. Sentí un gran dolor en el pecho, y la llama, tembló por un instante.
El miedo me invadió. Empecé a dudar del simple echo de que mi alma no se alejara de la tierra esa misma noche, dejando un cuerpo sin vida, sin nada que ofrecer a este mundo mas que el mero recuerdo de una vida ya pasada. Una vida, de la que me despedí con tristeza.
Se volvió a escuchar ese ruido todavía más fuerte, todavía más horroroso, todavía más sentencial. El horrendo ruido se convirtió en un sonido sin sonido, en un llanto sin llanto, en un grito ahogado que buscaba su razón de existir.
No soportaba ese ruido en mis oídos, dejé caer la vela, y esta, al chocar contra el suelo se cayó del cenicero sin dejar de iluminarme tan solo a mí. Me tiré al suelo y grité con todas mis fuerzas con un grito casi tan estremecedor como el que me izo soltarlo.
Comencé a llorar de puro dolor.
El sonido cesó, pero yo seguía llorando. Llorando, llegué a una conclusión, miré al negro cielo que me cubría en el que ninguna estrella se atrevía siquiera a asomarse y grité:
- ¡Usted, que se muestra como el todo poderoso! ¡Usted, que es el que me ha condenado a esta prisión sin límites al que llamáis mundo en el que mi cabeza da vueltas y desvaría...! ¡Usted, hombre sin compasión y dios sin corazón, despojadme al menos sin dolor alguno de las cadenas que atan a mi alma a este planeta y llevárosla así para que no sufra más aquí...! ¡Y si mis palabras son en vano, porque estéis inmerso en otros asuntos de mayor importancia que el tener que escuchar las súplicas de tus siervos, al menos sabed que si no os dignáis a escuchar al pobre desgraciado al que castigaste, y el cual aún no se percata de cuál es su delito, aparte de lo simple que es haber nacido, que sepáis que ya no sois mi dios...!
Me senté en el suelo y rodeé mis piernas con las manos, agachando así la cabeza. Sentí como la chispa de vida de la que todos disponemos, se me iba apagando, al mismo ritmo que mi pequeña vela.