Este periódico escolar nace como una aventura en la que un grupo de alumnos y de profesores quieren explorar las posibilidades de las herramientas de comunicación que existen en Internet. Está abierto a la colaboración de alumnos y profesores de nuestro Instituto.
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miércoles, 14 de abril de 2010

El héroe de San Román

EL HÉROE DE SAN ROMÁN


Sevilla es una ciudad donde una mezcla de culturas hace un todo al que nadie se puede resistir. Sus fiestas cautivan a todos. La Semana Santa, con sus procesiones, su olor a incienso y azahar, su música, su pasión, es inigualable en el mundo. Y la Feria, llena de alegría flamenca que inunda la ciudad; el Rocío, que, aunque es más propio de Huelva, las carretas sevillanas también llenan las calles de barrios como Triana; el Corpus Christi, con su sobriedad y olor a romero; el Día de la Asunción, despierto con las campanas de la Giralda que anuncian la salida de la patrona, reina de reyes.
Me enamoré de esta ciudad desde el día que llegué como un simple emigrante desde Barcelona, pero nunca me podría imaginar que me iba a convertir en un héroe gracias a ella. Me instalé en un piso alquilado mugriento junto la iglesia de San Román, antigua sede de la Hermandad de Los Gitanos.
Un día de tormenta bajé a la iglesia porque la Virgen de las Angustias se encontraba en besamanos. Cuando estaba frente a frente con ella le pedí que me ayudara a encontrar trabajo para poder sobrevivir. De repente, el párroco Don Fulgencio, del que me había amistado la semana anterior cuando asistí al triduo, me llamó. Me llevó a la sacristía y, susurrando, me dijo:
- Sé que no nos conocemos desde hace mucho, pero necesito a alguien de fiar para que me guarde un gran secreto, ¿puedo confiar en ti?
- Sí, dime –dije un poco sorprendido.
- Mira esto
En ese instante abrió un armario de la sacristía, de donde sacó un gran saco…
- ¿Qué es eso? –dije asustado.
- Escúchame bien, esto no puede salir de aquí, ¿de acuerdo? Ayer vine a preparar el altar del besamanos cuando me encontré a un mendigo tirado en la puerta de la iglesia. Lo toqué pensando que estaba dormido pero se encontraba frío como el hielo. Estaba muerto. Lo cogí y lo escondí aquí por miedo a que la gente del barrio creyera que lo maté yo.
Yo, atónito, lo escuchaba atentamente mientras en mi cabeza surgían miles de preguntas pero no pude hacer otra cosa que despedirme con un simple adiós.
Horas más tarde salí a dar un paseo cuando mi vecina y casera, Maruja, me paró y me dijo:
- ¿Has visto a mi marido? ¡Ha desaparecido! –dijo muy compungida.
- Tranquilícese, doña Maruja, venga, cuéntame lo que ha pasado.
- Ayer, mi marido salió a hablar con el párroco, pero… ¡no volvió! –dijo entre sollozos.
- Pues siga preguntando a la gente, por si alguien lo vio. Yo también lo buscaré y preguntaré al vecindario.
Durante los días siguientes, me dediqué a preguntar a los vecinos del barrio, pero lo máximo que me decían era que lo habían visto entrar en la iglesia. Yo me sentía muy conmocionado por lo sucedido. Por mi cabeza retumbaban preguntas que no me dejaban dormir: “¿Y si se fugó?”, “¿Y si el párroco lo mató?”. Esa idea me aterrorizaba, porque se me venía a la cabeza el saco con el supuesto mendigo. Estaba dispuesto a desenmascararlo, ya que le tenía mucho aprecio a Maruja.
Después de varias noches pensando, decidí plantarme ante Don Fulgencio para pedirle explicaciones. Cuando entré en la iglesia me temblaban las piernas, pero fui a la sacristía:
- Sé que fuiste tú. Pobre hombre…
- ¿De qué hablas? –dijo el cura muy nervioso.
- ¡Tú mataste al marido de Doña Maruja! ¡No había ningún mendigo en ese saco!
En ese momento sacó una pistola de un armario pequeño.
- Sí, fui yo. Lo maté. Él me había descubierto. Él sabía mi pasado. Sabía mi verdadero nombre y que era un asesino en serie.
Entonces, se quitó las barbas y la calva falsa.
  • Pero esto no lo vas a contar a nadie, ¿verdad? ¿O quieres ser uno de ellos?

De repente, entraron en la sacristía veinte policías armados a los que yo había llamado. Se lo llevaron esposado hasta la comisaría mientras todo el barrio se agolpaba contra el coche gritando. Lo metieron en la cárcel y desde ese instante me nombraron “EL HÉROE DE SAN ROMÁN”.