Este periódico escolar nace como una aventura en la que un grupo de alumnos y de profesores quieren explorar las posibilidades de las herramientas de comunicación que existen en Internet. Está abierto a la colaboración de alumnos y profesores de nuestro Instituto.
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jueves, 9 de diciembre de 2010

Alehya


Alehya, la intocable

Hola, tengo diez años y me llamo Alehya. Vivo en una pequeña aldea de la India con mi hermanita pequeña, de cuatro años. No conocimos a nuestro padre, pero, a veces, me gusta imaginármelo como un hombre amable, inteligente y honesto. Nuestra madre murió al dar a luz a mi hermana, cuando yo sólo tenía seis años y una única amiga, mi “muñeca”, hecha de telas viejas.
Aquí, en la aldea, trabajo como lavandera, desde que puedo acordarme. Lavo ropas para unos señores ricos que, si no hago bien mi labor, me pegan fuerte. Al principio, me dolía mucho, pero, poco a poco, te vas acostumbrando. Mis amos tienen la piel algo más pálida que yo, que soy morena, con el color de los troncos de los árboles de mi pueblo.
Soy, según todos, una paria. No sé qué significa esto, pero, a veces, los he escuchado hablar y discutir sobre algo llamado “casta”. Al parecer, hay castas superiores e inferiores, y gente sin casta, como yo.
En el poblado nos enseñan a respetar a nuestros superiores y nos dicen que, si infringimos la ley, seremos castigados de las peores maneras que podamos imaginar. Esto me da mucho miedo.
Los “superiores” nos mandan, nos prohíben y nos obligan. Incluso he escuchado por ahí que nos pueden violar o matar sin dar muchas explicaciones ante la ley, porque nosotros no somos nada para ellos, que son los que hacen las leyes.
En la aldea, los parias somos como instrumentos: nos cogen, nos utilizan y, si no les gustamos, nos tiran. Los que tienen casta, normalmente, se abstienen del contacto físico con nosotros y, rara vez, nos miran. Intentan mantenerse alejados de nuestro reflejo, incluso huyen de nuestras sombras, porque si éstas les alcanzaran, creen que se volverían “impuros”.
Así que, como os podéis imaginar, vivir, o más bien, sobrevivir aquí, es muy duro, casi imposible.
Muchas veces he deseado haber nacido en otro lugar o en otro tiempo, con otro destino, no ser tan morena, no tener sombra…luego, pienso que todo esto algún día cambiará (dicen que en las ciudades ya se respetan nuestros derechos) y, por fin, seremos libres. Y entonces, entonces… es cuando de mis ojos azabache comienzan a caer lágrimas cristalinas, húmedas, silenciosas, que yo me seco con las mangas de mi vestido y me esfuerzo, a toda costa, por ocultar…porque los parias no lloran, no sienten dolor, no gritan, no sufren, no tienen emociones, no sueñan…. sólo hacen su trabajo sin rechistar. Son como las piedras o como los árboles; peor aún, porque son intocables.
Pues ésta es mi vida, y así es como el destino ha decidido que tenía que ser. Una vida de obediencia, explotación y sumisión absolutas.
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Ahora, tengo ya doce años, y es invierno. El aire se ha vuelto gélido, y me corta las mejillas, produciéndome un dolor lacerante. El frío me cala hasta los huesos.
Sé que he cometido una locura, pero no podía soportarlo más. Cuando esta madrugada mi hermana y yo nos fuimos, como cada día, cargadas de ropa, para lavarla en el río, supe que algo tenía que cambiar. Así que dejé los fardos en el suelo, agarré fuerte la mano de mi hermana y echamos a correr sin mirar atrás. El río está a ocho kilómetros de la aldea y tardarán en notar nuestra ausencia.
Tirito de miedo y de frío, y me castañetean los dientes; pero siempre sigo adelante. A veces, oigo de lejos, como si estuviéramos en una película, la voz de mi hermana: “Nos van a coger, lo vamos a pagar caro…” Yo no la escucho; aprieto con fuerza su mano, y sigo corriendo a través de la selva.
De repente, tropiezo y caigo desde una pendiente altísima, arrastrando a mi hermana conmigo.
-Te quiero, hermanita – le susurro, y antes de cerrar los ojos - .Somos la no casta, las intocables, nadie nos quiere…es mejor morir que seguir viviendo sin futuro.
Luego, siento cómo mis lágrimas rebotan contra el suelo, y me desmayo.


Despierto en una sala aséptica de un hospital de campaña.
Escucho conversaciones lejanas y pregunto por mi hermana.
La voz de un hombre blanco hace que recupere la conciencia:
-No te preocupes, tu hermana está bien, recuperándose del susto, igual que tú. Os hemos encontrado perdidas en la selva; y os hemos traído hasta este campamento que pertenece a la ONG para la que trabajamos. Intentamos ayudar a niñas como vosotras por toda Asia. Colaboramos con otras organizaciones solidarias, que pretenden que el mundo sea un lugar un poco más justo.
Bueno, y ahora que ya sabes quiénes somos, ¿por qué no nos dices cómo te llamas?
Con una voz todavía muy débil, le respondo:
-Alehya.
Y entonces, me doy cuenta de lo que significa mi nombre: “sol naciente”; y pienso que ése será el sentido de mi vida, mi misión: comenzar una nueva era, luchar para que llegue un nuevo día, en el que los parias, como nosotras, tengan una vida digna y libre de desprecios.
Creo que podemos conseguirlo, pienso que con la ayuda y la solidaridad de mucha gente, como ésta que nos está apoyando ahora, llegará el momento en el que el sol nacerá de verdad, igual para todos, también para los intocables, también en la India.


Irene Reyes Noguerol  2º C