DARKVILLE
Mi nombre es Michael Stewart y soy un detective aficionado. Me anuncio en periódicos y páginas de internet. Hasta ahora sólo he tenido dos trabajos y no han sido muy prometedores, o al menos, como yo esperaba. Los acepté y los resolví. El primero llegó a la semana de anunciarme. Estaba realmente contento y un poco nervioso. Tuve que ir al número quince de la calle River, a dos manzanas de mi casa. Cuando llamé al porterillo me abrió una señora de cierta edad que, a primera vista, parecía bastante apacible y agradable, pero poco a poco me di cuenta que no estaba muy cuerda. Le pregunté qué le había pasado y ante mi asombro sólo me llamó porque no encontraba su cartera de piel negra. Me decepcioné bastante, pero por hacerle el favor, la busqué y, resultó estar en el buzón de la publicidad de su casa. Lo peor llegó más tarde cuando en vez de darme las gracias y algo de propinilla, tuve que pasar la tarde con ella tomando pastas rancias y té amargo, y por supuesto, escuchando las batallitas de aquella adorable señora.
Mi segundo trabajo fue algo más interesante y llevadero. Me contrataron para buscar a un perro perdido llamado Brandy, una especie de bulldog inglés que llevaba perdido una semana. Sólo me gané 40 libras.
Por fin recibí una carta de un tal Mr. Adam Sick que me llamaba para que resolviera un pequeño caso. La carta me decía que su hija, Lucy, de 19 años, había desaparecido y la policía no la encontraba. Se ofreció a pagarme mil Libras. Rápidamente cogí mi chaqueta para comprar un billete de tren hacia Brighton. Cuando llegué a Brighton tomé un taxi hasta Darkville. Al parecer está a 65 km al norte. Allí me encontré con bastante actividad. La gente no paraba de ir de un sitio a otro. Parecía Londres o Manchester en vez de un pueblo de tan solo unos quinientos habitantes. Pagué al taxista y me dispuse a ir hacia un edificio que ponía ‘hotel’. Cuando entré me di cuenta de que no era muy lujoso. Unos cuadros y una lámpara, no muy grande, adornaban el recibidor. En la barra de recepción me atendió una señorita bastante agradable. Tenía el pelo moreno y los ojos más verdes que he visto nunca. Le pido el número de mi habitación favorita, la veintitrés, y afortunadamente estaba libre. Luego, me percaté de que era el único cliente de este curioso y extraño hotel. Antes de empezar con la investigación decidí relajarme paseando por el pueblo. Mi intención era ponerme al corriente de las costumbres de la gente que lo habitaba y de algunos sitios que quizás tuviera que visitar.
Es mi segundo día en el pueblo y estoy bastante nervioso. Lo primero que hago es alquilar un vehículo para ir de un lugar a otro. No quiero cansarme el primer día de trabajo. Llego a la mansión de los Sick, que está bastante lejos del pueblo, casi a las afueras. Me recibe una mujer bastante mayor y deteriorada que parece ser la asistenta. Me lleva a un gran salón donde observo distintos cuadros bastante caros, algunos trofeos de caza, y muebles bastante lujosos. Mi mirada se centra en una foto que hay encima de la chimenea, de una mujer y un hombre abrazando a una pequeña niña, que parece ser Lucy, la hija desaparecida. De repente irrumpe en la habitación el señor Sick. Me da un apretón de manos y me agradece que haya aceptado el trabajo. Me explica lo que está pasando y me pide desesperadamente que le ayude. Lucy lleva ya una semana desaparecida. Como cada día, tenía que volver del bar Amanecer, en el que trabajaba por las noches, pero esa noche no volvió. Al día siguiente su padre llamó a todos sus conocidos, pero nadie sabía nada de ella. Entonces fue a ver a Rick, el sheriff del pueblo, e inició la búsqueda por los alrededores. Después de contarme esto, voy a ver a ese tal Rick, para que me diga cómo va la investigación. Al llegar a la comisaria veo solo dos vehículos de policía ante un pequeño edificio, lo que me asombra, ya que estoy bastante acostumbrado a ver grandes comisarias en el lugar donde vivo. Encuentro fácilmente a Rick y le saludo. Es un tipo bastante grande y fuerte. Me pone al día de la investigación, pero sinceramente casi no me aclara nada. Le pido los informes de cómo va todo y me da una caja pequeña en la que veo sólo el bolso con las pertenencias de Lucy y una carpeta casi vacía. Gustosamente me indica donde está el lugar de trabajo de Lucy y me dirijo hacia allí. Al llegar veo un sitio bastante movido. El cartel ya te incita a entrar y a no parar de beber. Encuentro a la señora Stevenson, dueña del local, a la que le pregunto sobre la chica. Cómo era, cómo se comportaba, si alguien la molestaba o si tenía algunos amigos con los que quedaba. Me dijo lo normal. Trabajaba bastante bien, era muy atenta de cara al público y no tenía ningún enemigo. Me dijo que encontraría a sus amigos en las canastas que hay junto al banco, al lado del ayuntamiento.
Cuando llegué había unos cuantos chavales hablando y bebiendo, así que supuse que serían ellos. Me presenté uno a uno y todos me fueron diciendo sus nombres. Eran cinco, por lo que fue bastante fácil recordarlos. El primero fue Adam, un chaval de 20 años que trabaja en el taller de su padre. Después, Andrea y Michelle, dos chicas que estudiaban en el instituto y que querían irse del pueblo para hacer carrera. Luego vino Smith, un chico bastante alto que quería ser jugador profesional de baloncesto. Y por último, Bryan, un muchacho descarado al que todos relacionaban con Lucy. Tenía 21 años y vivía solo en una pequeña cabaña en las afueras del bosque. El decía que no eran pareja y que solo se veían de vez en cuando.
Les pedí sus números de teléfono y sus direcciones, por si los necesitaba para algo. Tras esto, me fui a mi habitación a pensar qué habría podido pasar. No encontraba ninguna razón evidente para que la raptaran. Examiné los informes de la policía local y vi que encontraron huellas de una camioneta Ford del 96, pero curiosamente en el pueblo no había ninguna así. También se encontró todo lo que llevaba en su bolso. Su móvil, su agenda, su estuche de maquillaje, y su cartera, de lo que se deduce que no era un robo, sino que iban a por ella directamente.
Después del segundo día de análisis de pruebas, hago una pequeña pausa para pensar en todo y miro por la ventana. La luna está preciosa esta noche. El cielo está muy oscuro, como si estuviera de luto por esa persona que veía cada noche volver a su casa. No hay contaminación, así que, las estrellas relucen más que nunca. Me alejo de la ventana y me dispongo a descansar. Hoy ha sido una buena jornada, pero sé que mañana será aún más dura.
Al tercer día, me despierto y me dirijo al comedor, donde me ponen tostadas y café para desayunar. Después leo el periódico. Me llevo una desilusión al ver que mi equipo, el Chelsea, ha perdido ante el Bolton. Entonces me levanto, pago a la camarera, y me dirijo hacia el parking del hotel, donde tengo mi coche alquilado.
Repaso mentalmente todo lo que quiero hacer hoy, pero de repente me digo, ¿dónde está la señora Sick?, ya que precisamente nadie la menciona y su marido no habla de ella nunca. Así que lo primero que hago, es hacerle una nueva visita al señor Sick. Me recibe la misma asistenta que el otro día. Me lleva al despacho, donde el señor Sick está leyendo el correo del día. Rápidamente, le formulo la pregunta que me tenía intrigado durante todo el camino. De repente, se queda en silencio y mira al suelo. La habitación adquiere un carácter desolador, como si sintiera lo que estaba a punto de decirme. Entonces levanta la vista, y con la mirada totalmente perdida, me dice con voz tenue: “ella…. murió.”. Me quedo sin palabras.
Entonces me cuenta lo que pasó. Fue hace dos años. Al parecer a la señora Sick le gustaba un programa que echaban siempre todos los martes a media noche. Ella se quedaba a verlo mientras su hija y su marido se iban a la cama. Me dijo que se extrañó cuando, a las cuatro de la madrugada, no estaba a su lado. Bajó y se la encontró estrangulada en la cocina. Rompió a llorar mientras me explicaba todo esto. Consternado, decidió en ese momento llamar a la policía y prohibir a la niña bajar al salón, por miedo a causarle algún trauma. Sinceramente no debe ser agradable ver a tu madre en ese estado. Después de darle el pésame a Sick, me voy a la comisaria para pedir un informe sobre la muerte de su esposa. Cuando lo hago, vuelve a producirse el mismo silencio.
Mi asombro es mayor mientras leo los informes policiales. No había huellas por ningún sitio, la puerta no había sido forzada, y deduzco que el asesino debía saber todos los pasos que daba la señora Sick los martes noche.
Me hallo sumido en un profundo desconcierto. Me contrataron para encontrar a Lucy y me encuentro en mi habitación intentando resolver un caso sin solución,
que parece, no tener nada que ver con la desaparición de Lucy, ¿o sí?, ¡Quién sabe! No me imagino a nadie en este pueblo capaz de cometer semejante acto contra una familia que ha contribuido al avance del mismo, construyendo la escuela y un pequeño hospital. Lo que he averiguado sobre esta familia apunta a que el señor Sick es un gran empresario y sus tierras son ricas en carbón. Quizá ese podría ser el móvil: Alguien quiere apropiarse de sus tierras. Pero me hago la misma pregunta: ¿Quién podría ser? En este pueblo todos parecen buenas personas.
En los informes facilitados en comisaría , parece que se detuvo hace un año a un tipo llamado Otish. Al parecer, es un leñador que trabaja en los bosques para la empresa de tala de árboles Mckensy, competidora de los Sick en la explotación del terreno, aunque en sectores diferentes. Llevaba varios meses siguiendo a la señora Sick, y encajaba perfectamente con el móvil. Pero, según una mujer, esa semana Otish no se encontraba en el pueblo. Desapareció de la ciudad misteriosamente. La mujer era la vecina de Otish, la señora Merkel. Me pongo a investigar, de paso y con mucha discreción, el trepidante caso de la señora Sick, sin descuidar el caso de Lucy. Investigando desde mi portátil, aparecen las fotos del acto de graduación del verano de 1985, donde distingo al señor Sick. Voy a buscar a la profesora que daba entonces aquella clase, la señora Clark , una agradable anciana con la carrera de matemáticas. Me recibe gustosamente y me explica cómo era su clase. En ella se encontraban personas relacionadas con este caso, como los señores Sick; el jefe de policía, Rick; Otish; la dueña del bar donde trabajaba Lucy, la señora Stevenson; un banquero; un profesor de universidad y algunos alumnos que se fueron del pueblo. Pero llama mi atención la historia que cuenta la señora Clark. Al parecer, la difunta señora Sick, tenía una relación con el actual policía, al que dejó por el señor Sick ese mismo verano. Contrasto esta información con varias personas del pueblo, amigas de ella que lo corroboran. Me contaron, incluso, que ellos tuvieron una enorme pelea que terminó en el calabozo. Desde aquello no se hablan.
Podría ser otro móvil, pero no hallo respuesta al dilema de donde se encuentra Lucy. Cuando llego a mi habitación de hotel veo una nota por debajo de mi puerta. Me invita a ir a la plaza del ayuntamiento para que mire debajo de la papelera que esta junto a la fuente, en el centro de la plaza. Sin darme cuenta de lo que estoy haciendo, me veo corriendo a la plaza. Cuando llego hay una caja bastante estropeada. En ella hay documentos sobre el caso de la señora Sick que no había leído antes. Quizás porque se extraviaron, o porque alguien no quiso que saliesen a la luz. En ellos hay nuevos datos sobre huellas de neumáticos, huellas dactilares en la verja exterior de la residencia de los Sick, e incluso un pasamontañas negro, con un pelo moreno y corto, perteneciente a un tal Richard Thompson, según una prueba de ADN. Nadie le había visto desde hace ya bastante tiempo. Rápidamente me dirigí a la comisaria para informar a Rick. Nos subimos en el coche de policía y nos dirigimos a una casa a las afueras del pueblo, donde vive Richard. Cuando llegamos me quedo en el coche mientras Rick se asegura que en la zona no haya nadie. Está despejado, como dirían los profesionales. Pero, cuando entro, me llevo la sorpresa de que por fin he resuelto el caso de Lucy: ¡esta aquí!; pero Rick me está apuntando con una pistola. Le pregunto por qué hace todo esto y él me dice que por venganza y por dinero. Le han dado treinta mil libras por raptar a Lucy, para que así decidieran abandonar el pueblo. De repente, escucho un coche llegar. Veo una sombra entrando por la puerta. Es un hombre bastante robusto. Tiene la voz bastante grave y huele a menta. Rick le dice que ya está todo hecho, que no se tiene que preocupar por nada. El hombre, que no parece estar muy de acuerdo con lo que dice Rick, le ordena que nos mate. Lucy y yo nos miramos asustados. Veo los ojos llorosos de una niña de 19 años que, después de sufrir todo esto, va a acabar muriendo. Rick intenta persuadir al hombre misterioso, pero él sigue firme e impasible. De repente, Rick se niega a hacerlo y decide escapar dejándonos allí, pero antes de que cruce la puerta recibe un disparo en la espalda. Rick parece muerto. Lucy rompe a llorar, pero eso no le importa a aquel sujeto armado. Entonces me apunta con su pistola. Yo, por miedo, cierro los ojos y escucho el disparo. Pero cuando los abro, ¡sigo vivo! Es Lucy la que tiene un disparo en el hombro izquierdo. Intento levantarla y me fijo que es el hombre misterioso quien está muerto. Rick esta de frente hacia nosotros, muerto también en el suelo, por lo que supongo que ha sido Rick, el que nos ha salvado la vida.
Salimos lo más apresurados de esa cabaña hacia la carretera, donde vemos pasar una furgoneta. La paramos y le pedimos, sin perder un segundo, que nos lleve al hospital del pueblo. Cuando llegamos, meten a Lucy en el quirófano y yo llamo al señor Sick y a la policía. La chica sale bien de la operación.
Sentado en una camilla y escuchando a un tipo que solo dice tonterías, veo una imagen que, sin duda alguna, hace que toda esta aventura haya merecido la pena: veo a un padre feliz, abrazando a su única hija exhausta. Después de todo esto, me doy cuenta de que la vida hay que vivirla al máximo, ya que cuando menos te lo esperas, puede sucederte algo que puede cambiarla. El señor Sick me da las gracias y un emotivo abrazo, que vale más que todo el dinero ganado. Lucy se despide con un beso muy tierno.
Al final el señor Sick me da dos mil libras, pero no me importan. Lo importante, es que he conseguido buenos amigos en este pequeño pueblo. Recojo mis cosas y llamo a un taxi. De vuelta soy un hombre satisfecho. He prestado mi ayuda a una familia que lo necesitaba. Me viene a la mente una frase que siempre tengo presente: “la vida es la constante sorpresa de saber que existo”.
Mi nombre es Michael Stewart y soy un detective aficionado. Me anuncio en periódicos y páginas de internet. Hasta ahora sólo he tenido dos trabajos y no han sido muy prometedores, o al menos, como yo esperaba. Los acepté y los resolví. El primero llegó a la semana de anunciarme. Estaba realmente contento y un poco nervioso. Tuve que ir al número quince de la calle River, a dos manzanas de mi casa. Cuando llamé al porterillo me abrió una señora de cierta edad que, a primera vista, parecía bastante apacible y agradable, pero poco a poco me di cuenta que no estaba muy cuerda. Le pregunté qué le había pasado y ante mi asombro sólo me llamó porque no encontraba su cartera de piel negra. Me decepcioné bastante, pero por hacerle el favor, la busqué y, resultó estar en el buzón de la publicidad de su casa. Lo peor llegó más tarde cuando en vez de darme las gracias y algo de propinilla, tuve que pasar la tarde con ella tomando pastas rancias y té amargo, y por supuesto, escuchando las batallitas de aquella adorable señora.
Mi segundo trabajo fue algo más interesante y llevadero. Me contrataron para buscar a un perro perdido llamado Brandy, una especie de bulldog inglés que llevaba perdido una semana. Sólo me gané 40 libras.
Por fin recibí una carta de un tal Mr. Adam Sick que me llamaba para que resolviera un pequeño caso. La carta me decía que su hija, Lucy, de 19 años, había desaparecido y la policía no la encontraba. Se ofreció a pagarme mil Libras. Rápidamente cogí mi chaqueta para comprar un billete de tren hacia Brighton. Cuando llegué a Brighton tomé un taxi hasta Darkville. Al parecer está a 65 km al norte. Allí me encontré con bastante actividad. La gente no paraba de ir de un sitio a otro. Parecía Londres o Manchester en vez de un pueblo de tan solo unos quinientos habitantes. Pagué al taxista y me dispuse a ir hacia un edificio que ponía ‘hotel’. Cuando entré me di cuenta de que no era muy lujoso. Unos cuadros y una lámpara, no muy grande, adornaban el recibidor. En la barra de recepción me atendió una señorita bastante agradable. Tenía el pelo moreno y los ojos más verdes que he visto nunca. Le pido el número de mi habitación favorita, la veintitrés, y afortunadamente estaba libre. Luego, me percaté de que era el único cliente de este curioso y extraño hotel. Antes de empezar con la investigación decidí relajarme paseando por el pueblo. Mi intención era ponerme al corriente de las costumbres de la gente que lo habitaba y de algunos sitios que quizás tuviera que visitar.
Es mi segundo día en el pueblo y estoy bastante nervioso. Lo primero que hago es alquilar un vehículo para ir de un lugar a otro. No quiero cansarme el primer día de trabajo. Llego a la mansión de los Sick, que está bastante lejos del pueblo, casi a las afueras. Me recibe una mujer bastante mayor y deteriorada que parece ser la asistenta. Me lleva a un gran salón donde observo distintos cuadros bastante caros, algunos trofeos de caza, y muebles bastante lujosos. Mi mirada se centra en una foto que hay encima de la chimenea, de una mujer y un hombre abrazando a una pequeña niña, que parece ser Lucy, la hija desaparecida. De repente irrumpe en la habitación el señor Sick. Me da un apretón de manos y me agradece que haya aceptado el trabajo. Me explica lo que está pasando y me pide desesperadamente que le ayude. Lucy lleva ya una semana desaparecida. Como cada día, tenía que volver del bar Amanecer, en el que trabajaba por las noches, pero esa noche no volvió. Al día siguiente su padre llamó a todos sus conocidos, pero nadie sabía nada de ella. Entonces fue a ver a Rick, el sheriff del pueblo, e inició la búsqueda por los alrededores. Después de contarme esto, voy a ver a ese tal Rick, para que me diga cómo va la investigación. Al llegar a la comisaria veo solo dos vehículos de policía ante un pequeño edificio, lo que me asombra, ya que estoy bastante acostumbrado a ver grandes comisarias en el lugar donde vivo. Encuentro fácilmente a Rick y le saludo. Es un tipo bastante grande y fuerte. Me pone al día de la investigación, pero sinceramente casi no me aclara nada. Le pido los informes de cómo va todo y me da una caja pequeña en la que veo sólo el bolso con las pertenencias de Lucy y una carpeta casi vacía. Gustosamente me indica donde está el lugar de trabajo de Lucy y me dirijo hacia allí. Al llegar veo un sitio bastante movido. El cartel ya te incita a entrar y a no parar de beber. Encuentro a la señora Stevenson, dueña del local, a la que le pregunto sobre la chica. Cómo era, cómo se comportaba, si alguien la molestaba o si tenía algunos amigos con los que quedaba. Me dijo lo normal. Trabajaba bastante bien, era muy atenta de cara al público y no tenía ningún enemigo. Me dijo que encontraría a sus amigos en las canastas que hay junto al banco, al lado del ayuntamiento.
Cuando llegué había unos cuantos chavales hablando y bebiendo, así que supuse que serían ellos. Me presenté uno a uno y todos me fueron diciendo sus nombres. Eran cinco, por lo que fue bastante fácil recordarlos. El primero fue Adam, un chaval de 20 años que trabaja en el taller de su padre. Después, Andrea y Michelle, dos chicas que estudiaban en el instituto y que querían irse del pueblo para hacer carrera. Luego vino Smith, un chico bastante alto que quería ser jugador profesional de baloncesto. Y por último, Bryan, un muchacho descarado al que todos relacionaban con Lucy. Tenía 21 años y vivía solo en una pequeña cabaña en las afueras del bosque. El decía que no eran pareja y que solo se veían de vez en cuando.
Les pedí sus números de teléfono y sus direcciones, por si los necesitaba para algo. Tras esto, me fui a mi habitación a pensar qué habría podido pasar. No encontraba ninguna razón evidente para que la raptaran. Examiné los informes de la policía local y vi que encontraron huellas de una camioneta Ford del 96, pero curiosamente en el pueblo no había ninguna así. También se encontró todo lo que llevaba en su bolso. Su móvil, su agenda, su estuche de maquillaje, y su cartera, de lo que se deduce que no era un robo, sino que iban a por ella directamente.
Después del segundo día de análisis de pruebas, hago una pequeña pausa para pensar en todo y miro por la ventana. La luna está preciosa esta noche. El cielo está muy oscuro, como si estuviera de luto por esa persona que veía cada noche volver a su casa. No hay contaminación, así que, las estrellas relucen más que nunca. Me alejo de la ventana y me dispongo a descansar. Hoy ha sido una buena jornada, pero sé que mañana será aún más dura.
Al tercer día, me despierto y me dirijo al comedor, donde me ponen tostadas y café para desayunar. Después leo el periódico. Me llevo una desilusión al ver que mi equipo, el Chelsea, ha perdido ante el Bolton. Entonces me levanto, pago a la camarera, y me dirijo hacia el parking del hotel, donde tengo mi coche alquilado.
Repaso mentalmente todo lo que quiero hacer hoy, pero de repente me digo, ¿dónde está la señora Sick?, ya que precisamente nadie la menciona y su marido no habla de ella nunca. Así que lo primero que hago, es hacerle una nueva visita al señor Sick. Me recibe la misma asistenta que el otro día. Me lleva al despacho, donde el señor Sick está leyendo el correo del día. Rápidamente, le formulo la pregunta que me tenía intrigado durante todo el camino. De repente, se queda en silencio y mira al suelo. La habitación adquiere un carácter desolador, como si sintiera lo que estaba a punto de decirme. Entonces levanta la vista, y con la mirada totalmente perdida, me dice con voz tenue: “ella…. murió.”. Me quedo sin palabras.
Entonces me cuenta lo que pasó. Fue hace dos años. Al parecer a la señora Sick le gustaba un programa que echaban siempre todos los martes a media noche. Ella se quedaba a verlo mientras su hija y su marido se iban a la cama. Me dijo que se extrañó cuando, a las cuatro de la madrugada, no estaba a su lado. Bajó y se la encontró estrangulada en la cocina. Rompió a llorar mientras me explicaba todo esto. Consternado, decidió en ese momento llamar a la policía y prohibir a la niña bajar al salón, por miedo a causarle algún trauma. Sinceramente no debe ser agradable ver a tu madre en ese estado. Después de darle el pésame a Sick, me voy a la comisaria para pedir un informe sobre la muerte de su esposa. Cuando lo hago, vuelve a producirse el mismo silencio.
Mi asombro es mayor mientras leo los informes policiales. No había huellas por ningún sitio, la puerta no había sido forzada, y deduzco que el asesino debía saber todos los pasos que daba la señora Sick los martes noche.
Me hallo sumido en un profundo desconcierto. Me contrataron para encontrar a Lucy y me encuentro en mi habitación intentando resolver un caso sin solución,
que parece, no tener nada que ver con la desaparición de Lucy, ¿o sí?, ¡Quién sabe! No me imagino a nadie en este pueblo capaz de cometer semejante acto contra una familia que ha contribuido al avance del mismo, construyendo la escuela y un pequeño hospital. Lo que he averiguado sobre esta familia apunta a que el señor Sick es un gran empresario y sus tierras son ricas en carbón. Quizá ese podría ser el móvil: Alguien quiere apropiarse de sus tierras. Pero me hago la misma pregunta: ¿Quién podría ser? En este pueblo todos parecen buenas personas.
En los informes facilitados en comisaría , parece que se detuvo hace un año a un tipo llamado Otish. Al parecer, es un leñador que trabaja en los bosques para la empresa de tala de árboles Mckensy, competidora de los Sick en la explotación del terreno, aunque en sectores diferentes. Llevaba varios meses siguiendo a la señora Sick, y encajaba perfectamente con el móvil. Pero, según una mujer, esa semana Otish no se encontraba en el pueblo. Desapareció de la ciudad misteriosamente. La mujer era la vecina de Otish, la señora Merkel. Me pongo a investigar, de paso y con mucha discreción, el trepidante caso de la señora Sick, sin descuidar el caso de Lucy. Investigando desde mi portátil, aparecen las fotos del acto de graduación del verano de 1985, donde distingo al señor Sick. Voy a buscar a la profesora que daba entonces aquella clase, la señora Clark , una agradable anciana con la carrera de matemáticas. Me recibe gustosamente y me explica cómo era su clase. En ella se encontraban personas relacionadas con este caso, como los señores Sick; el jefe de policía, Rick; Otish; la dueña del bar donde trabajaba Lucy, la señora Stevenson; un banquero; un profesor de universidad y algunos alumnos que se fueron del pueblo. Pero llama mi atención la historia que cuenta la señora Clark. Al parecer, la difunta señora Sick, tenía una relación con el actual policía, al que dejó por el señor Sick ese mismo verano. Contrasto esta información con varias personas del pueblo, amigas de ella que lo corroboran. Me contaron, incluso, que ellos tuvieron una enorme pelea que terminó en el calabozo. Desde aquello no se hablan.
Podría ser otro móvil, pero no hallo respuesta al dilema de donde se encuentra Lucy. Cuando llego a mi habitación de hotel veo una nota por debajo de mi puerta. Me invita a ir a la plaza del ayuntamiento para que mire debajo de la papelera que esta junto a la fuente, en el centro de la plaza. Sin darme cuenta de lo que estoy haciendo, me veo corriendo a la plaza. Cuando llego hay una caja bastante estropeada. En ella hay documentos sobre el caso de la señora Sick que no había leído antes. Quizás porque se extraviaron, o porque alguien no quiso que saliesen a la luz. En ellos hay nuevos datos sobre huellas de neumáticos, huellas dactilares en la verja exterior de la residencia de los Sick, e incluso un pasamontañas negro, con un pelo moreno y corto, perteneciente a un tal Richard Thompson, según una prueba de ADN. Nadie le había visto desde hace ya bastante tiempo. Rápidamente me dirigí a la comisaria para informar a Rick. Nos subimos en el coche de policía y nos dirigimos a una casa a las afueras del pueblo, donde vive Richard. Cuando llegamos me quedo en el coche mientras Rick se asegura que en la zona no haya nadie. Está despejado, como dirían los profesionales. Pero, cuando entro, me llevo la sorpresa de que por fin he resuelto el caso de Lucy: ¡esta aquí!; pero Rick me está apuntando con una pistola. Le pregunto por qué hace todo esto y él me dice que por venganza y por dinero. Le han dado treinta mil libras por raptar a Lucy, para que así decidieran abandonar el pueblo. De repente, escucho un coche llegar. Veo una sombra entrando por la puerta. Es un hombre bastante robusto. Tiene la voz bastante grave y huele a menta. Rick le dice que ya está todo hecho, que no se tiene que preocupar por nada. El hombre, que no parece estar muy de acuerdo con lo que dice Rick, le ordena que nos mate. Lucy y yo nos miramos asustados. Veo los ojos llorosos de una niña de 19 años que, después de sufrir todo esto, va a acabar muriendo. Rick intenta persuadir al hombre misterioso, pero él sigue firme e impasible. De repente, Rick se niega a hacerlo y decide escapar dejándonos allí, pero antes de que cruce la puerta recibe un disparo en la espalda. Rick parece muerto. Lucy rompe a llorar, pero eso no le importa a aquel sujeto armado. Entonces me apunta con su pistola. Yo, por miedo, cierro los ojos y escucho el disparo. Pero cuando los abro, ¡sigo vivo! Es Lucy la que tiene un disparo en el hombro izquierdo. Intento levantarla y me fijo que es el hombre misterioso quien está muerto. Rick esta de frente hacia nosotros, muerto también en el suelo, por lo que supongo que ha sido Rick, el que nos ha salvado la vida.
Salimos lo más apresurados de esa cabaña hacia la carretera, donde vemos pasar una furgoneta. La paramos y le pedimos, sin perder un segundo, que nos lleve al hospital del pueblo. Cuando llegamos, meten a Lucy en el quirófano y yo llamo al señor Sick y a la policía. La chica sale bien de la operación.
Sentado en una camilla y escuchando a un tipo que solo dice tonterías, veo una imagen que, sin duda alguna, hace que toda esta aventura haya merecido la pena: veo a un padre feliz, abrazando a su única hija exhausta. Después de todo esto, me doy cuenta de que la vida hay que vivirla al máximo, ya que cuando menos te lo esperas, puede sucederte algo que puede cambiarla. El señor Sick me da las gracias y un emotivo abrazo, que vale más que todo el dinero ganado. Lucy se despide con un beso muy tierno.
Al final el señor Sick me da dos mil libras, pero no me importan. Lo importante, es que he conseguido buenos amigos en este pequeño pueblo. Recojo mis cosas y llamo a un taxi. De vuelta soy un hombre satisfecho. He prestado mi ayuda a una familia que lo necesitaba. Me viene a la mente una frase que siempre tengo presente: “la vida es la constante sorpresa de saber que existo”.