ESPEJO ROTO
La báscula grita el número.
Mis pies de goma sostienen este saco de grasa sobre mis rodillas de madera, sobre mis muslos kilométricos del tamaño de dos ballenas.
37,20.
Mi barriga es un cubo de sangre; mi estómago, de color blanco, un saco de vómito; los huesos de mis hombros yacen ocultos bajo una capa de lípidos que se afanan en esconder mis costillas, mi clavícula, mis mentiras, mis miedos, mis cortes en la pelvis que ahuyentan a los fantasmas del pasado.
37,20.
Mis pómulos redondos trazan una curva sobre mis mejillas, mis labios gruesos marcan la tristeza en mi rostro, mis ojos cansados piden ayuda a las almas que ignoran, a los huesos que no escuchan, a la carne que suspira atrapada en un cuerpo de plástico.
37,20. Gorda. Fea. Tonta.
No puedo parar.
No quiero parar.
Mamá llama a la puerta.
Tres golpes insistentes.
Uno, dos, tres.
Casi alcanzo a escuchar cómo susurra mi nombre, cómo de sus labios escapa un suspiro resignado.
No contesto.
De la báscula ha desaparecido ya el número que marca el sufrimiento de un espíritu errante.
Me despojo de mi sudadera, de la bufanda de lana que cubre mis huesos rotos.
Quizás me llama una segunda vez… sigo sin responder.
Alzo levemente la camiseta interior que se adhiere a la grasa de mi vientre.
Pellizco con la fuerza que le queda a mis dedos de hierro mi barriga hinchada; mi ombligo desea desaparecer entre mis michelines, el pantalón proyecta sombras oscuras junto al lunar de mi costado.
37,20. Gorda. Fea. Tonta.
La cuchilla de afeitar de mi padre luce, tan hermosa como cada noche, sobre su estante de plástico.
37,20.
Acerco la afilada hoja a mi piel, comienzo a sentir la tensión en mis músculos, relajo mi expresión en una falsa sonrisa tranquila.
37,20.
Dibujo marcas sobre mi vientre, palabras en una lengua desconocida que me susurra nanas al oído, canciones de cuna que mienten sobre un futuro mejor, arrullos al viento, puentes entre dos mundos por los que huyen los espectros.
Toda la maldad escapa, todo el miedo escapa.
El tajo sobre la cintura reluce, violeta.
Los temores de mi mente se cuelan por el desagüe gris.
Hoy no he comido.
Debería sentirme orgullosa, pero mi estómago de princesita rosa se queja, lacera mis entrañas, pega puñetazos en mi interior.
Me dirijo a la báscula, me coloco sobre ella.
35,60.
Finalmente las horas de ejercicio en mi cuarto han dado resultado.
Pero me duele, me duele…
La nieve de cristal se incrusta en las paredes de mi estómago, asfixiándome.
Me dejo caer al suelo. Frío.
Todos dicen que no puedo continuar, que el hambre acabará matándome.
Pero yo soy fuerte, soy capaz de conseguirlo.
Puedo llegar a cero.
Cero kilos, cero grasas, cero huesos, cero vidas.
Ellos tienen los ojos tapados por una venda de ignorancia, ellos no ven lo que necesito, lo que quiero.
Ellos prefieren fingir que ven a la chica sana, a la que come, a la que sonríe, a la que vive una existencia que no le pertenece.
A la que decide no mostrarles los horrores del mundo, la sangre que fluye, los huesos que sobresalen, los estómagos que revientan sobre un váter inmaculado.
Porque ahora soy delgada, ahora soy un 34,50, ahora puedo ver la perfección en mi cuerpo.
Yo soy las costillas atravesando la piel.
Yo soy la circunferencia de mis dedos alrededor de mi muñeca.
Yo soy el espacio vacío entre mis muslos.
Yo soy el cuerpo que se desgaja, lentamente, convirtiéndose en nada.
33,00.
Despierto.
Las agujas me pinchan la piel, los cortes supuran en mi barriga.
A mis venas no les gusta esto, no.
Están llenando mis brazos de grasas, están lanzándome flechas envenenadas con calorías.
Debo pesar al menos sesenta kilos. Soy una morsa.
Me levanto y arranco los tubos transparentes de mi muñeca.
La princesita de hielo arroja su bilis en el váter, los fantasmas la obligan a meterse los dedos hasta la garganta, quemándola por dentro, transformando su cuerpo en pedazos de fuego.
Siempre he sido una chica ejemplar, la estudiante y la hija perfecta. Modelo.
Pero nunca he pensado en los demás, nunca he tenido en cuenta el daño que provoco.
Soy peligrosa.
Soy un monstruo.
Soy la joven que vomita sus secretos en el baño, soy la bestia que hace llorar a su familia. Devastadora y terrible. Como un huracán.
Ni siquiera merezco estar atrapada en mi castillo de papel, debería dedicarme a cavar mi tumba en el cementerio, a enterrar mis huesos donde nadie pueda encontrarlos.
Pero mi mente no quiere hacerlo, mi estúpido cerebro consumido se niega a lanzarse al vacío.
Si hubiera podido hace años habría parado con todo esto, habría abierto mis alas al viento, habría ido en busca de la muerte, me habría cortado ocho veces el corazón hasta grabarme "lo siento".
Pero ahora, ya no.
Ya no soy más un cadáver viviente, no más un alma enferma y egoísta, no más un saco de huesos, no más la araña que entreteje su tela y tira de ella hasta ahorcar a sus seres queridos. No más.
Y no cuesta tanto, no es tan difícil.
Quizás, en algún momento, un plato de carne, una báscula que no funciona, un espejo que se rompe… un cuerpo bonito, una vida real, una existencia imperfecta.
Los cristales del invierno se quiebran y dan paso a la primavera.
La báscula grita el número.
Mis pies de goma sostienen este saco de grasa sobre mis rodillas de madera, sobre mis muslos kilométricos del tamaño de dos ballenas.
37,20.
Mi barriga es un cubo de sangre; mi estómago, de color blanco, un saco de vómito; los huesos de mis hombros yacen ocultos bajo una capa de lípidos que se afanan en esconder mis costillas, mi clavícula, mis mentiras, mis miedos, mis cortes en la pelvis que ahuyentan a los fantasmas del pasado.
37,20.
Mis pómulos redondos trazan una curva sobre mis mejillas, mis labios gruesos marcan la tristeza en mi rostro, mis ojos cansados piden ayuda a las almas que ignoran, a los huesos que no escuchan, a la carne que suspira atrapada en un cuerpo de plástico.
37,20. Gorda. Fea. Tonta.
No puedo parar.
No quiero parar.
Mamá llama a la puerta.
Tres golpes insistentes.
Uno, dos, tres.
Casi alcanzo a escuchar cómo susurra mi nombre, cómo de sus labios escapa un suspiro resignado.
No contesto.
De la báscula ha desaparecido ya el número que marca el sufrimiento de un espíritu errante.
Me despojo de mi sudadera, de la bufanda de lana que cubre mis huesos rotos.
Quizás me llama una segunda vez… sigo sin responder.
Alzo levemente la camiseta interior que se adhiere a la grasa de mi vientre.
Pellizco con la fuerza que le queda a mis dedos de hierro mi barriga hinchada; mi ombligo desea desaparecer entre mis michelines, el pantalón proyecta sombras oscuras junto al lunar de mi costado.
37,20. Gorda. Fea. Tonta.
La cuchilla de afeitar de mi padre luce, tan hermosa como cada noche, sobre su estante de plástico.
37,20.
Acerco la afilada hoja a mi piel, comienzo a sentir la tensión en mis músculos, relajo mi expresión en una falsa sonrisa tranquila.
37,20.
Dibujo marcas sobre mi vientre, palabras en una lengua desconocida que me susurra nanas al oído, canciones de cuna que mienten sobre un futuro mejor, arrullos al viento, puentes entre dos mundos por los que huyen los espectros.
Toda la maldad escapa, todo el miedo escapa.
El tajo sobre la cintura reluce, violeta.
Los temores de mi mente se cuelan por el desagüe gris.
Hoy no he comido.
Debería sentirme orgullosa, pero mi estómago de princesita rosa se queja, lacera mis entrañas, pega puñetazos en mi interior.
Me dirijo a la báscula, me coloco sobre ella.
35,60.
Finalmente las horas de ejercicio en mi cuarto han dado resultado.
Pero me duele, me duele…
La nieve de cristal se incrusta en las paredes de mi estómago, asfixiándome.
Me dejo caer al suelo. Frío.
Todos dicen que no puedo continuar, que el hambre acabará matándome.
Pero yo soy fuerte, soy capaz de conseguirlo.
Puedo llegar a cero.
Cero kilos, cero grasas, cero huesos, cero vidas.
Ellos tienen los ojos tapados por una venda de ignorancia, ellos no ven lo que necesito, lo que quiero.
Ellos prefieren fingir que ven a la chica sana, a la que come, a la que sonríe, a la que vive una existencia que no le pertenece.
A la que decide no mostrarles los horrores del mundo, la sangre que fluye, los huesos que sobresalen, los estómagos que revientan sobre un váter inmaculado.
Porque ahora soy delgada, ahora soy un 34,50, ahora puedo ver la perfección en mi cuerpo.
Yo soy las costillas atravesando la piel.
Yo soy la circunferencia de mis dedos alrededor de mi muñeca.
Yo soy el espacio vacío entre mis muslos.
Yo soy el cuerpo que se desgaja, lentamente, convirtiéndose en nada.
33,00.
Despierto.
Las agujas me pinchan la piel, los cortes supuran en mi barriga.
A mis venas no les gusta esto, no.
Están llenando mis brazos de grasas, están lanzándome flechas envenenadas con calorías.
Debo pesar al menos sesenta kilos. Soy una morsa.
Me levanto y arranco los tubos transparentes de mi muñeca.
La princesita de hielo arroja su bilis en el váter, los fantasmas la obligan a meterse los dedos hasta la garganta, quemándola por dentro, transformando su cuerpo en pedazos de fuego.
Siempre he sido una chica ejemplar, la estudiante y la hija perfecta. Modelo.
Pero nunca he pensado en los demás, nunca he tenido en cuenta el daño que provoco.
Soy peligrosa.
Soy un monstruo.
Soy la joven que vomita sus secretos en el baño, soy la bestia que hace llorar a su familia. Devastadora y terrible. Como un huracán.
Ni siquiera merezco estar atrapada en mi castillo de papel, debería dedicarme a cavar mi tumba en el cementerio, a enterrar mis huesos donde nadie pueda encontrarlos.
Pero mi mente no quiere hacerlo, mi estúpido cerebro consumido se niega a lanzarse al vacío.
Si hubiera podido hace años habría parado con todo esto, habría abierto mis alas al viento, habría ido en busca de la muerte, me habría cortado ocho veces el corazón hasta grabarme "lo siento".
Pero ahora, ya no.
Ya no soy más un cadáver viviente, no más un alma enferma y egoísta, no más un saco de huesos, no más la araña que entreteje su tela y tira de ella hasta ahorcar a sus seres queridos. No más.
Y no cuesta tanto, no es tan difícil.
Quizás, en algún momento, un plato de carne, una báscula que no funciona, un espejo que se rompe… un cuerpo bonito, una vida real, una existencia imperfecta.
Los cristales del invierno se quiebran y dan paso a la primavera.