Este periódico escolar nace como una aventura en la que un grupo de alumnos y de profesores quieren explorar las posibilidades de las herramientas de comunicación que existen en Internet. Está abierto a la colaboración de alumnos y profesores de nuestro Instituto.
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miércoles, 16 de mayo de 2012

Concurso de Relatos 2012 - Categoria A: El fin de la brujería

EL FIN DE LA BRUJERIA

Hace más o menos ocho siglos, la magia era brujería y se condenaba con la hoguera. Pero la magia y la brujería son cosas distintas. En el año 1229, un hombre de 36 años nacido en Nápoles, de mediana estatura y de pelo oscuro llamado Elthas tuvo un encuentro fortuito con la magia. Estaba de viaje hacia Roma llevando para vender unas mercancías cuando vio a su derecha un hombre de rostro pálido sentado bajo la sombra de un árbol.

- ¿Quiere usted que le lleve a algún sitio?- le preguntó Elthas.
- No, buen hombre- dijo con voz ronca y entrecortada-. No se preocupe.
- Tiene mala cara. Suba al carro: no será una carga si es lo que teme- insistió Elthas.
- Bueno- cedió al final el hombre-, si usted insiste.
– Me llamo Elthas, encantado- ambos se estrecharon las manos-. ¿A dónde quiere que le lleve?- le preguntó.
- Con usted- respondió el hombre.
- ¿Cómo?- preguntó Elthas, que creía no haber escuchado bien la respuesta.
- Con usted- repitió el hombre-. No tengo a dónde ir.

Prosiguieron el camino. De pronto, dos siluetas aparecieron desde la penumbra de la inmensa arboleda que había a ambos lados del camino. Los dos individuos se interpusieron en su camino. Elthas paró con la rienda a los bueyes que tiraban del carro y los observó; por su ropa parecían juglares. En el mismo tiempo en que habían aparecido, se agacharon, saltaron, dieron una vuelta sobre sí mismos y empezaron a entonar una balada en un idioma bastante raro.

Qué lástima que, debido a la melodía de los dos extraños individuos, Elthas y su acompañante no advirtieron la presencia de otras dos siluetas que se acercaban sigilosas pero tranquilas desde ambos lados hasta que estuvieron con un cuchillo en la garganta. Por suerte para el pasajero de Elthas, este sabía lo que debía hacer en esa situación.

- Qué quieren de nosotros- les dijo Elthas con un tono interrogante pero inquisitivo y firme.
- Primero, las manos en alto- Elthas y su acompañante hicieron lo que les dijeron-.
- Ahora, bajen del carro y sígannos.

Los dos bajaron y siguieron a sus secuestradores. Justo cuando entraron en el bosque, Elthas le dio tal patada al hombre que lo vigilaba que lo chocó de bruces contra un árbol cercano y, antes de que el otro pudiera reaccionar, le propició a este un puñetazo en el estómago y un golpe en el costado.

- ¡Corra!- gritó Elthas.

Él y su acompañante aprovecharon para volver otra vez al carro. Cuando llegaron a este, subieron precipitadamente y Elthas les dio varias veces con las riendas a los bueyes, que viendo la cara de su amo, corrieron a toda prisa por el camino. Después de unos minutos de desesperación, Elthas acarició a los bueyes, de forma que estos aminoraron el paso.

- ¿Quiénes eran esos tipos?¿Sabe qué querían de nosotros?¿Le buscaban a usted?¿Cómo se llama? - preguntó Elthas.
- Primero, no me hable de usted. Segundo, mi nombre y quién soy no le concierne en absoluto, y tercero…
- ¡Cómo que no me concierne!- le interrumpió Elthas-¡Si lo que nos acaba de suceder es por su culpa, dígamelo!
- Huff…-suspiró el individuo-. Bueno, mi nombre es Silthus, soy mago, y los hombres de antes eran brujos de la secta Sontrux que intentan esclavizarme con un hechizo- respondió el hombre, pero las palabras de Silthus le sonaron a Elthas a chino.


El tercer día después del ataque divisaron a lo lejos las gigantescas murallas de Roma. Elthas se había pasado todo el viaje pensando sobre los acontecimientos ocurridos hasta ahora y decidió hacer como si nada de eso hubiera pasado. Dejaría a Silthus en Roma, vendería las mercancías y volvería a Nápoles.

Cuando el tramo que les separaba de Roma rozaba los 100 metros, un individuo de ropajes parecidos a los que llevaban los brujos de antes se interpuso en su camino.

- ¿Ahora qué secta es?- dijo Elthas con tono desesperado.
- No te preocupes- le dijo Silthus-, no es ninguna secta. Es mi hermana. Hola, Verdana. La secta Sontrux nos ha atacado, por eso he tardado más de lo previsto.
- A, vale, no hay problema. Por cierto, ¿quién es este hombre?- inquirió Verdana.
- Se llama Elthas, y me ha ayudado a escapar. De no ser por él, lo más probable es que ahora mismo fuera esclavo de los Sontrux- respondió Silthus.
– He alquilado una habitación con dos camas en una posada durante dos días. Elthas, si quieres puedes quedarte en la posada como agradecimiento- dijo Verdana.

La posada en la que se alojaron estaba justo a la izquierda del portón de la ciudad. Elthas se durmió pensando en lo que haría a la mañana siguiente.

Se despertó de súbito. Pensó que habría sido por casualidad, pero se quitó esa idea de la cabeza cuando oyó la voz de Silthus diciéndole:

- Vamos, vístete, rápido. Vamos a acabar con la única secta de brujos que queda.

Elthas hizo lo que le dijo algo confuso y, cuando terminó, bajaron juntos hasta la
entrada de la posada. Allí estaba Verdana, con tres caballos lista para partir. El trío puso rumbo por las oscuras calles principales de Roma, pero en cuanto pudieron, se desviaron por las calles secundarias. Al final llegaron a un callejón que tenía una gran fisura en la pared, por la que pasaron para llegar al exterior.

Ya fuera de Roma, el trío puso rumbo hacia el frondoso bosque. Mientras cabalgaba, Elthas empezó a pensar cómo había llegado hasta allí: tal vez fuera su instinto, pero también podía ser que los consideraba su familia, dado que todos sus parientes habían muerto o, a lo mejor, ambas razones. Él solo sabía que se sentía bien con Silthus y Verdana. Después de unos minutos, llegaron a una explanada. El trío aminoró el paso y, ya en el centro del claro, bajaron de los caballos. Silthus y Verdana se sentaron en la hierba, y Elthas les imitó.

Después de unos minutos que se hicieron eternos, cuatro siluetas aparecieron de la nada en el claro. Antes de que el trío pudiera levantarse del todo, los cuatro brujos se colocaron en un círculo alrededor de ellos y empezaron a entonar algo en un idioma más extraño aún que el que Elthas escuchó en la balada del primer encuentro. Un círculo oscuro con símbolos morados se cernió sobre los tres y Elthas cayó en un profundo sueño. Mientras tanto, Verdana y Silthus habían creado un caparazón antimagia y ya se disponían a atacar cuando una voz se escuchó desde todas partes.

– Ay…- suspiró la voz-. No podéis hacer nada. Mientras mis súbditos os entretienen con el círculo oscuro elemental, yo sigo con mis progresos. No me gusta mancharme las manos- rió la voz.
- ¡Aparece!¡Sal de donde estés, cobarde!- gritó Silthus.

En ese instante, miles de bolas de fuego volaron hacia Verdana y Silthus, pero ninguna atravesó el caparazón antimagia. Verdana lanzó más bolas ígneas y Silthus, que se percató del plácido sueño en el que Elthas estaba sumido, le despertó. Cuando volvió en sí, Elthas miró a su alrededor. Recordó lo que había pasado y se dispuso a huir, pero una bola de fuego le hizo retroceder.

- ¿Qué puedo hacer para ayudar?- les preguntó desesperadamente a Verdana y Silthus.
- ¡Quedarte con nosotros!- exclamó Verdana.

Elthas vio como millares de bolas de fuego volaban a su alrededor. De pronto, el jefe de la secta Sontrux hizo su aparición y todos dejaron de lanzar hechizos.

- ¡Corthas!¡Ven y entablemos lucha en un duelo!- gritó Silthus.
– Vale, pero nadie más participará- dijo el hombre.

Se colocaron uno frente al otro y comenzaron la lucha. Silthus creó un caparazón antimagia y Corthas comenzó a lanzar bolas oscuras contra él. Silthus empezó a lanzar bolas de escarcha hasta que Corthas quedó congelado y, después, provocó una ventisca alrededor de su adversario. Creando un aura de fuego en torno a él, Corthas se liberó de la congelación. Luego, millones de bolas de fuego, de escarcha y de oscuridad estrellaron el cielo oscuro de la noche hasta que una lanza de hielo se clavó en el pecho de Corthas. La lanza penetró hasta su corazón, por lo que Corthas cayó al suelo. Entonces, dijo

- ¡He aquí mi mejor creación!¡Gammortha!¡Y lo es porque está ligada a ti, Silthus!

Entonces, del cielo, apareció un demonio cinco veces más grande que todos ellos. El trío retrocedió unos pasos y Silthus, con voz temblorosa, dijo:

- Si es lo que hace falta para acabar con esto…¡muere, Gammortha!

Entonces, sacó una daga de su bolsillo y se hirió a sí mismo en el pecho. La sangre roja como el rubí brotó de la mortal herida que le sepultaría en aquella explanada. Con su último aliento, Corthas dijo:

- Que ingenuo eres por creer la palabra de tu enemigo…¡Gammortha no está ligado a nada!
- ¡No!- exclamó Elthas-¡Haz algo, Verdana!¡Tu eres maga!
- No puedo… ¡mi magia está bloqueada!- dijo Verdana.
– Elthas, ven aquí- este corrió al lado de su amigo casi muerto-. Toma esto.

Y, con sus últimas fuerzas, Silthus creó una espada que dio a Elthas.

– Usa esto… para acabar con Gammortha- le pidió Silthus.
– No te preocupes- dijo llorando Elthas -. Lo haré.

Entonces, Elthas hizo una arremetida contra el demonio, pero, en contra de sus expectativas, Gammortha le cogió del cuello con su mano y lo elevó hasta su cabeza.

Aprovechando esta situación, Elthas agarró bien la espada con las dos manos y la clavó en el estómago del demonio. Este soltó a Elthas y cayó al suelo. Mientras tanto, Verdana ya había acabado con todos sus enemigos. Entonces, observó a Elthas y a Gammortha, que estaba tirado en el suelo. Elthas clavó la espada en el corazón del demonio, que lanzó un rugido de agonía con su último aliento. Del cuerpo del demonio brotó sangre negra como el cielo que cubría el escenario de la lucha final. Verdana se acercó lentamente hasta donde estaba Elthas y este se volvió. Ambos se miraron durante unos segundos y, luego, se fundieron en un abrazo del que solo la luna fue testigo.