Este periódico escolar nace como una aventura en la que un grupo de alumnos y de profesores quieren explorar las posibilidades de las herramientas de comunicación que existen en Internet. Está abierto a la colaboración de alumnos y profesores de nuestro Instituto.
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miércoles, 12 de marzo de 2008

Atrapado

Atrapado

Estaba guardando la ropa en el vestidor y de pronto la puerta se cerró tras de mí y me dejó encerrado. Ya agarraba el pomo de la puerta para salir cuando oí unos pasos. ¡No podía ser, estaba solo en casa ¡Decidí limitarme a escuchar; unos pasos se dirigieron a la tele y la apagaron; siguieron andando por el piso, como buscando algo o a (alguien). Asustado, encendí la bombillita que había en el vestidor para ver por la rendijilla de abajo la silueta misteriosa. Cuando me agaché, le di sin querer a un muñeco de goma y éste sonó como un grito ahogado; de repente, los pasos cambiaron su curso y se apresuraron hacia el armario. Yo, temeroso, me escondí entre las ropas. Cuando el pomo ya estaba girando, llamaron al teléfono; nadie lo cogía y el silencio se apoderó de la casa, pero aun así no me atreví a salir. Entonces saltó el contestador: “Hola, cariño, soy mamá; nos vamos a comprar, ¿te vienes? Estoy subiendo ya las escaleras.” Menos mal, estaba salvado del peligro; se lo contaría a mamá y llamaríamos a la policía. Pero breve fue mi alivio y mi tranquilidad; pues alguien estaba cerrando los pestillos y había atrancado la puerta. Los dos minutos siguientes fueron los más largos de mi vida; intenté buscar apresuradamente un escondite mejor, pero no lo encontré. Intenté tranquilizarme; al principio sirvió, pero volvieron a girar el pomo y eso no me ayudó. Entonces cogí mi bate de béisbol y esperé a que abrieran la puerta. Cuando ésta se abrió lancé un golpe sin mirar a la cabeza del individuo. Este cayó de bruces al suelo. Sin perder un momento, desatranqué la puerta y salí de mi casa a todo correr. De lo rápido que iba casi dejo atrás a mi madre sin darme cuenta, pues esta como me había dicho en la grabación del contestador ya subía hacia mi casa.

Una vez que paré, bajé con mi madre a la calle y le conté lo que me había pasado. Por supuesto ella no me creyó, y me dijo que eso eran tonterías producidas por el miedo a quedarme solo en casa, y me convenció de que volviera a casa. Tuve que hacerlo para no parecer un cobarde; mientras subía las escaleras miraba hacia todos lados, tenía mucho miedo. Cuanto más subía más ruidos extraños escuchaba y más me temblaban las piernas de puro miedo. De momento, cuando ya iba por el segundo piso, la señora de la puerta C abrió la puerta de golpe. Yo pegué un salto que me hizo perder la estabilidad, y casi caigo escaleras abajo. Por un momento pensé en contarle mi problema, pero rápidamente esa estúpida idea se fue de mi cabeza. Era absurdo contarle a la anciana el problema; si a mí no me creían, ¿quién iba a creer a una anciana un poco loca? Decidí seguir subiendo, ya que era mi única opción; con suerte el intruso se podía haber asustado y a lo mejor me dejaba tranquilo. Intenté engañarme a mí mismo con ese pensamiento, pero no podía dejar de temblar, estaba realmente asustado. A cada escalón que subía, pensaba en la persona que había entrado en mi casa, ¿Quién podía ser?, no recordaba que hubiese hecho mal a nadie, pero claro también podía ser un ladrón, y si era así este ya se habrá marchado. Cuando llegué encendí todas las luces, me acerqué al vestidor, donde en la entrada había una pequeña gota de sangre, pero ningún rastro del intruso.

A la hora de comer me dirigí al frigorífico, allí había una nota que decía:

“¡NO TE CREAS QUE TE HAS LIBRADO, ESTA NOCHE NOS VEMOS!“

Ante esto no sabía que hacer, si llamar a la policía, a mi familia, si enfrentarme a él o a ella… todo era muy confuso. Decidí no hacer nada, ¿para qué?, ¿quién me iba a creer?, y si me enfrentaba ¿qué posibilidades tenía? Cogí lápiz y papel, y escribí una carta:

    “Si alguien me encuentra muerto, sólo quiero que me entierren y que no le echen la culpa a nadie, pues en algún momento tenía que pasar, y además si alguien me odia tanto, yo me lo habré buscado, pero intentaré llevarme a ése ¿por qué? a la tumba”

Dos lágrimas de resignación cayeron por mis mejillas, aquello no tenía remedio, me perseguiría toda mi vida. Cuando el reloj marcó las doce de la noche, estalló una ventana, ya estaba allí. Los pasos resonaron por el pasillo, a mis espaldas y se colocó frente a mí. Llevaba una careta que le cubría la cara y una especie de radio, que supuse que era un distorsionador de voz, ya que se parecía al que salía en las películas que tanto me asustaban. Yo sólo le supliqué que se llevara lo que quisiera pero que no me hiciera daño. Ella, porque me di cuenta de que era una mujer, sólo dijo “Lo siento, será rápido y te aseguro que te llevarás el secreto contigo.” Antes de destapar la anilla de un bote que al parecer contenía un gas tóxico, se quitó la careta. Me quedé boquiabierto cuando vi la cara de mi hermana: entonces empecé a gritar aterrado. Ella se arrodilló y me abrazó, intentó tranquilizarme, pero yo no paraba de llorar.

Al fin me explicó que sólo pretendía gastarme una broma, pero que no pensaba que aguantaría tanto, y me enseñó sonriendo el chichón que le había causado. Entonces me tranquilicé un poco más, y me contó con más detalle la broma que había preparado junto a mi madre. Al final, gracias a Dios todo acabó entre risas, pero esa mala experiencia siempre la recordaré.