Ángel de la guarda
Solo es otro jueves sentada en un banco de un parque...no hay nadie a mi alrededor, solo son las ocho de la tarde y ya es de noche. Miro hacia todos los lados y solo puedo ver mi soledad reflejada a mí alrededor.
Estoy sentada justo en el centro del parque, con la cabeza gacha. Los flequillos caen sobre mis ojos ocultando las lágrimas que salen de ellos. En mis oídos el ruido de la radio... lo único en lo que puedo pensar es en él. ¿Estará bien? ¿Volverá pronto?
Solo puedo pensar en la última vez que lo vi diciéndome que se había apuntando al ejército y que quería irse lejos de aquí, me quedé en silencio mirándolo fijamente, no podía expresar todo lo que se me estaba pasando por la cabeza, de mi boca sólo salieron dos palabras “ Está bien”. Como una estúpida le puse una excusa y me fui, no quería que me viera llorar. El solo quería huir de aquí y yo no era lo suficiente para él como para que se quedara… Día tras día me lamentaba por no haberle dicho todo lo que quería decirle y no le dije.
- ¿Se puede saber qué haces aquí llorando a solas?
La música había dejado de sonar. Una sombra se interponía entre la luz de la farola y yo, levanté la cabeza y allí estaba él, mirándome con esa sonrisa suya que tanto me encantaba. Había cambiado un poco, tenía el pelo rapado y estaba más alto. En su cara se reflejaba el cambio de la madurez, parecía que todo lo que había vivido en la guerra hubiera hecho mella en él.
- ¿Qué haces aquí? ¿Cuándo has vuelto?—No podía dejar de mirarlo.
- Jajaja, ya veo que te alegras de verme ¿Verdad?— dijo mientras se sentaba a mi lado.
- ¡No es eso¡ Es que no entiendo…¿ Cuándo has vuelto?
- Eso no importa, lo importante es que he decidido volver, por ti.
- ¿Por mí? No entiendo…-- Me sentía tan confundida, mi corazón iba a mil por hora. Pasó su brazo sobre mi hombro y me abrazó muy fuerte.
- Te he echado tanto de menos. ¿Sabes? Estaba muy enfadado cuando me fui porque eras la única persona que quería que me dijera que me quedara y fue a la única que no le escuché decirlo—Me deshice de su abrazo y le miré perpleja a los ojos.
- Yo, solo quería que fueras feliz y si no te dije nada fue porque pensé que eso era lo que realmente querías—Las lágrimas me salían sin control y el me volvió a abrazar en forma de consuelo. Puse mi cabeza sobre su pecho—No sabes cuánto he pensado en ti y lo que te he echado de menos.
- Oh, venga vamos, deja de llorar. Ya estoy aquí ¿Cierto?
- Sí. Dijiste que ibas a estar todo un año fuera y sin embargo solo han pasado ocho meses y ya has vuelto.
- Simplemente cambié de opinión.
- Te conozco demasiado bien, por desgracia—Eso último lo dije susurrando y riéndome, me encantaba ver la cara que ponía cuando le tomaba el pelo. Parecía como si no se hubiera ido nunca— Sé que no eres de los que cambian fácilmente de opinión.
- ¿Cómo que por desgracia?—Me empezó a hacer cosquillas, yo no podía parar de reírme. De pronto paró y se puso serio—Desde que me fui he visto muchas cosas. Al principio era todo perfecto porque lo único que hacíamos era entrenar. Pero después empezaron las misiones y conocí la miseria de otros países y lo fácil que era mi vida aquí, en ese momento decidí que lo que estaba haciendo era lo mejor que me había pasado en mi vida, pero había algo que no me encajaba dentro de tanta felicidad y era que no podía compartirlo con la persona a quien quería.
- Después—Siguió—tuve una misión especial en un pequeño pueblo del que en mi vida había oído hablar. Tuve que quedarme allí durante dos meses. Conocí a mucha gente que era feliz simplemente al estar junto a los que quería, entonces pensé que había huido de casa porque tenía miedo de que la gente que quería se preocuparan tanto de mí y de no corresponderles como ellos quisieran.
- Sabes de sobra que pase lo que pase tu familia, tus amigos, yo, siempre te querremos.
- Ya lo sé, me he dado cuenta demasiado tarde—Dijo para sí mismo.
- Bueno, cuéntame más sobre ese pueblo—Dije sonriéndole.
- Hay que ver qué cotilla eres—Dijo riéndose. Hacía tiempo que no escuchaba su risa y la verdad…es, que me encantaba.-- Está bien. Después de estar allí unos meses, hubo un incidente con unos rebeldes. Mucha gente murió esa noche. —Le abracé.
- No te preocupes—Miró el reloj y me dijo—Tengo que irme ya, y tu deberías irte a casa. —Se levantó y me tendió la mano.
Le cogí la mano, me levante y le abracé fuerte. Me separó de él, me levantó la cabeza cogiéndome por la barbilla y me besó. Un grupo de chavales con mala pinta merodeaban alrededor del parque.
- Vete a casa deprisa que no quiero que te pase nada ¿Vale?
- Está bien “papá”—Le dije riéndome. Me volví y comencé a andar.
De camino a casa no paraba de pensar que por fin había vuelto.
- ¡Ya estoy aquí!—Dije entrando en casa
Al cerrar la puerta me encontré a toda mi familia sentada en el salón con cara seria, algunos estaban hasta llorando.
- ¿Qué ha pasado?—La sonrisa que tenía mi cara hacía un momento se borró por la preocupación.
- Mina, lo siento mucho pero hoy ha llegado a casa de Rubén uno de los oficiales del ejército para darle a su madre la mala noticia de que había muerto y devolverle las pertenencias que él llevaba encima cuando pasó…-- Tendió la mano con una carta—Es para ti.
Me tendió la mano con la que agarraba una carta, la cogí. No podía creer todo lo que me habían contado. Tras coger la carta me fui a mi cuarto y la abrí para leerla. Decía así:
“Querida Mina
Estoy retenido en una pequeña casa en medio de la nada y rodeado de enemigos. Solo tengo un bolígrafo y un papel para expresar todo lo que siento y todo lo que me gustaría decir. Creía que tendría mucho que decir; decirles a mis padres y a mis amigos que los quiero, que no lloren por mi, etc. Pero me he dado cuenta de que no hace falta que diga algo que ya saben. Solo tengo una cosa que decir, te quiero, si no lo he dicho antes es porque he sido demasiado estúpido y simplemente huí. Quería que lo supieras por si me pasara algo, pero espero poder dártela en persona y estar junto a ti por siempre.
Te quiere: Rubén.”