Este periódico escolar nace como una aventura en la que un grupo de alumnos y de profesores quieren explorar las posibilidades de las herramientas de comunicación que existen en Internet. Está abierto a la colaboración de alumnos y profesores de nuestro Instituto.
_______________________________________________________________________________________

lunes, 2 de marzo de 2009

Luz sobre la oscuridad

LUZ SOBRE LA OSCURIDAD

El murmullo de la sala me iba adormeciendo y, poco a poco, la resplandeciente habitación se alejaba hasta mezclarse con mis sueños. Cuando conseguía olvidarme de mi presencia en el mundo, una risa, el crujido de una silla rota o el simple sonido de pasos me devolvía a la realidad. Y entonces, cuando el sueño parecía imposible, abría los ojos.

Cuando me acostumbré a la desagradable luz de los fluorescentes, miré mi reloj. Eran las ocho de la mañana. La sala de espera del hospital se había llenado de familiares durante las dos horas en las que mis ojos estuvieron cerrados. Necesitaba un café y estirar las piernas un rato, así que me levante y fui hacia la cafetería del hospital. En ese momento no habría sido capaz de decir cuanto tiempo llevaba en aquel lugar. Dos días, un mes, unas horas... ¿Qué más daba? Aún así había algo que seguía en mi mente, tenía una imagen lúcida como si la estuviese viendo en ese preciso instante y, a la vez, confusa como todas los cosas que ocurren demasiado rápido como para poder asimilarlas: el coche, la ambulancia, su sonrisa... Clara era así, aunque un montón de agujas atravesaran su suave piel blanca, aún tumbada en una camilla dentro de una ambulancia ella seguía sonriendo.

En la cafetería me senté junto a la única ventana desde la que se veía el jardín de la facultad de medicina.

- Entiendo.

Mentía. En el fondo no entendía nada. Una serie de imágenes cruzaban mi mente. Me veía a mí, hablando con el doctor Castilla como si estuviese dentro de un tren que va a toda velocidad y se estrellará en cuestión de segundos contra una pared demasiado dura como para atravesarla. El nudo que oprimía mi garganta desde hacía un tiempo se hizo aún más grande. Entonces hice un esfuerzo enorme para volver a esa cafetería y a la grave voz del doctor.

- … su mujer tiene una fractura irreparable en la medula espinal. Aún en caso de ser operada las probabilidades de que sobreviva son muy remotas.

No recuerdo haber golpeado la mesa, ni tirado el vaso de cristal al suelo rompiéndolo en mil pedazos. Pero aseguran que lo hice y verdaderamente no me sorprende. Desperté en una camilla. Me incorporé despacio y miré a mí alrededor. La cortina se abrió de golpe, sobresaltándome. Entró una enfermera y se acercó.

-¿Qué tal se encuentra?

- No lo se.- y decía la verdad. No sabía si me estaba muriendo o era un simple vértigo lo que tenía. ¿Qué ha pasado?

- Sufrió una fuerte conmoción en la cafetería esta mañana y se desmayó. Le hemos proporcionado un calmante para que pudiese dormir y parece que era eso lo que necesitaba. Tiene mejor cara.

Me sonrió y salió dejándome solo. Poco a poco conseguí levantarme, pero justo cuando me acerqué a la cortina para salir de aquella habitación me mareé. Todo empezó a dar vueltas a mí alrededor. Coloqué una mano encima de la cama e intenté en vano mantener el equilibrio. Caí al suelo, permaneciendo allí sentado, llorando, lo que a mi me pareció una eternidad.

***

Antes de abrir la puerta de la habitación en la que Clara se encontraba respiré profundamente. No sabía que me iba a encontrar detrás de esa puerta. Me senté junto a ella, en la cama. Ella parecía tan delgada, tan frágil... El pitido desagradable del monitor llegaba hasta mi cerebro provocándome un dolor inaguantable.

Llevaba allí pocos minutos cuando el doctor Castilla entró en la habitación.

-Tengo que hablar con usted.

Asentí, temeroso de escuchar lo que iba a decirme.

- Se está complicando y creemos que lo mejor será intervenir ahora, ya que si esperamos será demasiado tarde. Pero es una operación muy complicada. Como le decía ayer, las probabilidades de que sobreviva son muy escasas. E incluso en el caso de que esto ocurra no podrá volver a andar jamás. Con un poco de suerte solo serán las piernas lo que le falle.

- Entiendo.

Mentía. En el fondo no entendía nada. Me veía a mí, hablando con el doctor como si estuviese dentro de un tren que va a toda velocidad y se estrellará en cuestión de segundos contra una pared demasiado dura como para atravesarla. El nudo que oprimía mi garganta se hizo aún más grande. Un millón de preguntas se agolparon en mi mente. “Es imposible- me dije- ella no va a morir. ¿Cómo iba a hacerlo? Clara es tan vital, está tan llena de buenas intenciones que el destino no permitirá que esto ocurra”. Hubiese sido un milagro que yo lo entendiese. ¿Cómo aceptar esa sensación de impotencia, esa frustración? Habría dado mi vida por salvara si eso fuese posible… pero no lo era. No había nada que yo pudiese hacer. Ella se iba, se escapaba entre mis dedos y por mucho que llorase, que intentara sujetarla con todas mis fuerzas… Hice un esfuerzo para volver a la habitación.

El doctor me observaba.

- Vamos a retirarle los sedantes para que puedan hablar. En estos casos todo está en manos del paciente y sus familiares. Es una mujer fuerte, tomará la decisión adecuada.

Permanecí un rato más a su lado, hasta que la enfermera me echó alegando que me avisarían cuando despertase. Iba como flotando por el pasillo con la mirada perdida. Pasaba mucha gente, pero a nadie le apetecía pensar en mi. Era tan invisible a sus ojos como ellos lo eran a los míos.

Fui a recoger a Victoria al colegio. Cuando llegamos de vuelta, Clara aún no había despertado. Nos sentamos cogidos de la mano. Victoria temblaba, no le gustaban los hospitales.

- ¿Quieres que te cuente un cuento? -le susurré señalándole el libro que ella llevaba bajo el brazo.

- No. Lo he traído para que se lo leas a mamá. Seguro que se pone buena.

Le sonreí, pasándole mi brazo por los hombros.

- Ya verás como todo sale bien Vi.

No se porqué lo hice, pero me arrepentí justo después de haberlo dicho, al advertir que se ponía triste y se acurrucaba en mi hombro. La besé en la frente. Solamente su madre la llamaba Vi.

Una enfermera se acercó para decirnos que podíamos pasar a ver a Clara. Miró a Victoria diciéndole:

- Voy a quedarme contigo mientras papá habla con tu mamá, ¿vale? Tú y yo iremos luego.

Asintió con la cabeza y me quitó el brazo de sus hombros dejando que me fuese. Sonreí a la mujer sin ser capaz de articular ni una sola palabra de agradecimiento.

Nada más entrar, ella me sonrío. Eso me hizo llenarme de fuerzas y me acerqué a su cama. Hablamos de cosas sin importancia, hasta que no se pudo evitar más.

- No quiero acabar siendo una carga para ti.-dijo tras una pausa silenciosa. Su voz sonaba débil, como si el echo de hablar le lastimara.- Se que cuidarás bien de Victoria, y así me quedo tranquila.

- No puedes elegir esto Clara, no puedes... – fui incapaz de seguir.

Aún hoy me sorprende como ella, supo calmarme haciéndome sentir que todo iba a salir bien. Tuvo fuerzas para contarle su cuento preferido a Victoria. Y, al final, cerró lo ojos. Le cogí la mano, con la esperanza de que pudiera sentir lo mucho que la quería, pero ya no sentía nada. Ni amor ni dolor. Nada.

Sería estúpido decir que no sufrí, ya que no podía, o no quería, seguir adelante sin la sonrisa de Clara iluminándome cada mañana. Pasaron meses hasta que acepté que no estaba a mi lado. Y aún así, aunque todo se derrumbara a mi alrededor, encontré la fuerza necesaria para quedarme, para seguir luchando. Tenía un motivo de peso por el que vivir cada día. Se llamaba Victoria y estaba a punto de cumplir ocho años.