21 de Febrero
Querida Cecilia:
¡Se ha ido! ¡Me ha abandonado para siempre! Lo único que hallé esta mañana frente a la puerta de mi habitación fue una lozana rosa blanca como despedida, ¡Ay! Mi corazón se ahoga en conjeturas que nacen de esta vana fantasía. ¿Realmente deseaba él marcharse? Amiga mía, te juro que esta obsesión acabará conmigo. Las sospechas de mis padres lo habrán apartado de mi lado, sin duda pensaban que él era demasiado mayor, demasiado atolondrado… ¡Que su “amistad” no me convenía! ¿Acaso pueden ellos adjudicarse el derecho de gobernar mi corazón, que sólo me pertenece a mí… y a él? Créeme, ¿Puede la distancia separar dos almas fielmente sincronizadas, cual la maquinaria de dos relojes a las que el Divino Relojero hubiese dado cuerda al mismo tiempo? ¡Ah! Si estuvieses aquí te hablaría de la dulzura de su risa, de la calidez aterciopelada de su voz, de la paciencia que derrochaba en nuestras eternas partidas de ajedrez… él se dejaba ganar sin disimulo, mientras yo me embebía de su hermosura al tiempo que el sol declinante de la tarde se filtraba por entre las ramas de los nogales haciendo destellar su ensortijado cabello con reflejos rojizos, ¡Con que pasión ejecutaba las más enrevesadas fugas en el olvidado clavicordio del salón! ¡Ay de mí! Estos gratos recuerdos se convierten ahora en puñaladas envenenadas que me atraviesan el pecho. Mis lágrimas regarán esta flor cuando la plante, ¡Contiene su recuerdo y su fragancia! Tal vez crezca, empapándose del amor. Quizás pueda alimentarse de la poca esperanza que me queda. Te rogaría que vinieses a visitarme lo antes posible, temo ser incapaz de soportar este dolor en soledad. Ni siquiera sé si debería sucumbir a los arrebatos de rebeldía que sacuden mi mente y escapar de la férula paterna… ¡Oh! ¿Qué he de hacer? ¡Dímelo tú, mi estimada confidente! He perdido las riendas y el sentido de mi vida… mas, ¡Hasta pronto! La angustia ya me supera… ¡Ven a verme, te lo suplico! ¡Hemos de hablar de tantas cosas!