Este periódico escolar nace como una aventura en la que un grupo de alumnos y de profesores quieren explorar las posibilidades de las herramientas de comunicación que existen en Internet. Está abierto a la colaboración de alumnos y profesores de nuestro Instituto.
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miércoles, 22 de mayo de 2013

Concurso de Relatos 2013 - Categoria B: Peaje hacia el Edén

PEAJE HACIA EL EDEN

Nada en esta vida es fácil. Ni siquiera rendirse ante la evidencia resulta tan sencillo como algunos creen. Todo lo contrario, es la tarea más dura jamás asignada, sobre todo cuando te enfrentas a la verdad, aquella que nunca podrías haber imaginado y que, de una forma u otra, una vez la aceptas cambia tu vida. Por eso no quieres darle crédito, porque nos encontramos muy a gusto en nuestra rutina, en esas vidas cotidianas de las que siempre nos estamos quejando, que nos parecen inferiores a las de los demás. No somos conscientes de lo efímero de nuestra existencia, y no la valoramos hasta que la perdemos, ya sea en los últimos instantes de vida o cuando ésta se transforma por completo. El ser humano sería capaz de todo por dar vuelta atrás. Pero a veces, nuestro cerebro nos traiciona y, ante la sola idea de empeorar nuestro estilo de vida, hacemos locuras de las que nos arrepentimos demasiado tarde. Lamentablemente, esta reflexión llegó demasiado tarde para Ricardo, pues, casi como cualquier otra persona normal, no se había parado en discernir sobre el asunto. Y esto tiene sus consecuencias.

Todo comenzó un día de abril, tan normal como cualquier otro. Las temperaturas iban en ascenso, correspondiéndose con la llegada de la primavera, y la lluvia había dado una pequeña tregua durante pocas semanas. Su declaración de paz había terminado esa mañana, proclamando la guerra a todos los habitantes de la zona, que se defendían de sus ataques como podían con sus escudos, los paraguas. Estos pensamientos tan imaginativos asaltaban la mente de Ricardo mientras volvía a su hogar después de un duro día de trabajo. O al menos, era lo que quería aparentar. No había hecho nada a lo largo de la jornada, dado que su jefe se había ausentado, al igual que muchos de sus compañeros, que habían cogido unas pequeñas vacaciones de escasos días para poder disfrutar del sol que tanto echaban de menos en la oficina. Paró el coche y permaneció dentro de él, sin entrar en su casa.

Mañana debía comenzar. Lo había estado esperando. Tenía toda una semana por delante, y a su trabajo sólo iban a acudir dos compañeros a quienes conocía bien. Uno que normalmente se escabullía de su labor a la mínima oportunidad que tenía, y el otro era su amigo Gabriel, que se pasaba durmiendo la mayor parte del tiempo. En definitiva, en ese despacho habían quedado los trabajadores más despreciados por parte de la empresa, y en los tiempos que corren ser un miembro de este selecto grupo no constituye ninguna ventaja clara.

Los rumores habían ido creciendo. La empresa necesitaba solvencia, y para ello habría una denominada reforma de plantilla. Estas palabras sembraban el caos en sus oídos. No iba a permitir que lo echaran, menos aún si no le daban una compensación a cambio. O tal vez no le importara…

Llevaba planeando el golpe tres arduos meses. Lo tenía todo bajo control: cuándo sería el mejor momento para acometer su idea, quién era el personal más problemático, dónde guardaban las claves de acceso y se situaban las cámaras de seguridad… en definitiva, el golpe perfecto. Su intención era dejar a su compañía sin un euro. El director de la misma no se fiaba mucho de los bancos, y los beneficios que ganaba en las transacciones que realizaba los depositaba en la caja fuerte de la sede de sus oficinas que, casualmente, era aquella.
Su vida había transcurrido sin ningún apuro, podría decirse que incluso hasta la había disfrutado, pero sabía que la felicidad había llegado a su fin. Los remordimientos le acompañarían para siempre, pero era mejor vivir así que acabar muriendo en la calle pocos años después, tras fracasar en su trabajo y hundir su matrimonio. No, estaba seguro, no tenía dudas. Mañana era el día.

 ¡Toc, toc! Eran unos golpes en el cristal. Era su mujer.

- ¿A qué esperas para entrar en casa? Venga vamos, que estarás más cómodo. Además ya está lista la comida, aprovecha antes de que se enfríe.

- Vale, vale. No te enfades que acabo de volver de trabajar y estoy muy cansado. ¡Pero no pongas esa cara, mujer! Alégrate, que hoy me voy a quedar aquí toda la tarde. Y no digas que ha sido por la lluvia.

No sospechaba nada. Había decidido no contarle nada, para que no se viera involucrada en el caso de que algo saliese mal. Como le había prometido, aquella tarde estuvo allí incluso para cenar. Sin embargo, se acostó temprano. Tenía que descansar.

Llegó tarde al trabajo, pero esta vez lo hizo a propósito. No quería levantar sospechas, y si hubiese llegado temprano, no habría pasado desapercibido. Constantemente era el último en comparecer por aquel lugar. Saludó efusivamente a los guardias que tan bien conocía y, tras esperar el tiempo de rigor, necesario para que sus dos compañeros quedasen fuera de escena, empezó su plan.

Cuando terminó, no paró de asombrarse por la perfección de su obra. Todo había seguido el curso marcado por su guión. Lo primero fue desconectar las cámaras de seguridad para que no quedasen pruebas de lo que iba a hacer. No estaba preocupado por los guardas. Estarían desayunando tranquilamente fuera de su puesto, como era su costumbre, y no se percatarían de que tres cámaras dejaron de funcionar durante 20 minutos. Cuando pasó por las pertinentes puertas de seguridad tras introducir en ellas los accesos, con el cuidado de no dejar huellas, abrió sin problemas la caja fuerte y, en cuatro trayectos, sacó todo el dinero que contenía, que constituía el 90% del capital de la empresa. Cuando se introdujo silenciosamente en su despacho con todo el dinero, tenía el corazón en un puño. Ahora debía hacer lo más difícil: salir con el dinero por la entrada principal sin causar ninguna sospecha. Pero ya había pensado en eso. La solución pasaba por adelantarse a los rumores y hacer realidad la evidencia. Metió todo el dinero repartido entre dos cajas, en las que también introdujo muchos objetos personales que tenía en la oficina, y abrió la puerta.

Debía simular que lo habían despedido. Los rumores estaban en boca de todos, y los guardias eran las personas que más los conocían, ya que tenían contacto con algunos directivos. Si le preguntaban, simplemente tendría que hacerles creer que ya habían empezado con los despidos, y sin ninguna duda lo dejarían salir, es más, le facilitarían el paso mientras caían los lamentos y los: “¡Seguro que encuentras algo!” Pero algo salió mal, pues no podía considerar un éxito el acabar dentro del coche patrulla de la policía.

Al parecer, todos los rumores no habían sido más que eso, rumores, y los guardias al verle, por mucho que lo conocieran, se extrañaron ante tal comportamiento, y registraron las cajas, de forma que lo pillaron. Intentó escapar, pero fue inútil. Había echado su vida a perder por culpa de un rumor infantil. Y todo por nada. Decidió arriesgarse para mantener su paraíso, pero el peaje hacia el Edén fue más caro de lo que jamás habría podido imaginar.