Este periódico escolar nace como una aventura en la que un grupo de alumnos y de profesores quieren explorar las posibilidades de las herramientas de comunicación que existen en Internet. Está abierto a la colaboración de alumnos y profesores de nuestro Instituto.
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miércoles, 22 de mayo de 2013

Concurso de Relatos 2013 - Categoria B: El Tonto y la linde

EL TONTO Y LA LINDE

“Cuando el tonto sigue una linde, la linde se acaba y el tonto sigue” O eso decía mi padre. Lo curioso es que hasta ahora, no me había dado cuenta de la verdad que aquello encerraba. Pero los que he vivido esta última semana no me deja lugar a dudas: hay gente muy tonta en el mundo. Y yo era su capitán.

Pero deja que te cuente la historia desde el principio, a ver si puedo acordarme de todo.

Todo comenzó el lunes 29 de abril. Típico lunes, gente con caras de pocos amigos se tambalean como muñecos de trapo con una mano floja guiándoles por las calles de Sevilla. Llego al instituto en el que curso segundo de bachillerato a las ocho de la mañana, justo antes de que toque el timbre de la primera hora. Ese timbre no lo olvidaré en mucho tiempo, pues marcó el comienzo de los cinco días más largos de mi vida.

A primera hora tenía Inglés, que pasé sin pena ni gloria con más aburrimiento que ganas de decir aquello de “My tailor is rich”. Las otras cinco horas las pasé con los ojos ardiendo y una marca en mi muñeca que revelaba cómo había pasado la noche anterior sin dormir terminando ese juego que me esperaba en el ordenador desde hacía meses (el final era penoso, pero me dio una gran satisfacción el terminarlo). Y al final de la última hora, empezó mi desgracia.

“Os recuerdo que el viernes me presentáis el trabajo de final de curso, y el que no lo presente, cerapio al canto”, avisó nuestro profesor de Lengua a las dos de la tarde de aquel fatídico día. ¿En qué consistía el trabajo? En hacer una representación teatral de una obra que escogiéramos entre un grupo de seis personas y que organizáramos nosotros. Si os preguntáis a qué viene ese trabajo en Lengua, os digo que me tendría que remontar a enero, y no tiene cabida en esta historia. Pero obviad ese detalle y sabed que algún día os daré la respuesta.

El grupo de seis personas lo teníamos montado (y me ahorro los nombres por aquello del anonimato, que luego me la liáis y acabamos en la página de sucesos del periódico local):

-Yo, que me encargaría de dirigir la obra y hacer de apuntador.

-Una amiga, a la que llamaremos Ami, que era la actriz principal

-Dos “mataos” que sobraban y nos los encasquetaron

-Mis dos mejores amigos, a los que llamaremos Joe y Doe, que a este ritmo harían el resto de papeles.

Si os queréis quejar de los nombres, lo hacéis, pero cuando acabe de contar la historia, que si no me pierdo y me olvido de cosas.

Y con este grupo de personas me tocaba organizar una cosa que se pareciera mínimamente a una representación teatral, o al menos, se lo pareciera a mi profesor de Lengua, que si no nos suspendía y nos tocaba saltarnos la selectividad de junio.

El martes 30 de abril me tocó empezar a organizar la representación. La historia era un guión que había escrito mi persona un día de aburrimiento invernal, al calor de una estufa y con un vaso de leche caliente entre las manos: “El tonto y la linde”

Siempre tuvo fama de cómico, nunca me supuso un problema el hacer reír a la gente. Así que me decidí a hacer una historia de humor sobre mis días de instituto, que pude resumí en una sola línea: “Si yo soy tonto, por lo menos soy un tonto feliz”.

Ese podría ser el título de mi autobiografía, así que ya sabéis, escribid mi vida y vendedla en formato minibook.

El primer paso estaba claro: reunir a los integrantes del grupo. Evidentemente, los dos señores de escaso futuro académico no aparecieron, pero los otros tres fueron fáciles de encontrar.

Cuando nos juntamos, encontramos el mayor (y más obvio) problema de todos: No teníamos tiempo para ensayar. Puesto así, decidimos terminar con una solución desesperada: que cada uno se estudiara su parte, quedábamos el jueves para realizar el único ensayo y el viernes, que pasara lo que tenía que pasar. El otro problema era que faltaban dos actores, así que eliminamos algunos diálogos para poder adecuar la obra (gracias al cielo que me dio por meter a dos personajes en la obra con un peso casi nulo)

El miércoles 1 de mayo era fiesta, así que los tres actores aprovecharon para aprenderse sus papeles y yo aprovechaba para planificar la escenificación. Otra vez, menos mal que el atrezzo se limitaba a una pistola de los chinos y una taza de café cualquiera, y el decorado a una típica sala de estar (que arreglamos de mala manera poniendo un fondo al escenario en el que estrenábamos en la sala de usos múltiples del instituto)

Así que a mí me tocó comprar el atrezzo a escasas cuarenta y ocho horas del estreno, teniendo que buscar la dichosa pistolita por todos los chinos de la ciudad, porque usar una con colores morados y decoración típica del cuaderno de una niña de ocho años no me parecía de recibo. La taza fue bastante más fácil, porque cogí una que rondaba por mi casa y asunto solucionado.

Finalmente, llegó el jueves, dos de mayo. A las cuatro de la tarde, nos encontramos en el parque más cercano al instituto y empezamos a representar lo que llamábamos “una historia cotidiana de una chica y sus amigos que pasan sus días en el instituto”, que se traduce por: “cogemos un día de clase normal, lo guionizamos, añadimos tres chistes y lo vendemos con la sinopsis que he dado antes y lo colamos como se pueda”

Por lo menos no nos podían decir que no le poníamos ganas, porque estuvimos seis horas ensayando hasta que quedó una cosa mínimamente decente. Los mayores problemas fueron los siguientes:

-No sabíamos actuar y no íbamos a aprender en unas horas

-El problema de aprenderse un papel en un día es que no te lo aprendes del todo (cosa que arreglamos con la improvisación)

-La historia era pésima. ¿En qué mundo un adolescente de instituto se ve envuelto en un extraño malentendido satírico con la policía?

-¿Os he dicho ya que no sabíamos actuar?

Finalmente, a las diez de la noche, decidimos dar por finalizado el ensayo y fuimos a cenar para celebrar que el próximo día íbamos a suspender todos juntitos como buenos amigos. Ami nos invitó al restaurante de sus padres para pasar un rato agradable y olvidarnos de todo lo que habíamos trabajado y de que estábamos insultando a todos los que se podían llamar “actores de teatro”

Esa noche ninguno pudo dormir, así que nos la pasamos hablando por internet de lo malos que éramos todos para el teatro. Todos menos Joe, que lo vivía como el que más y al que yo le habría dado un maldito premio por hacerme reír con una historia que yo había escrito.

Finalmente llegó el temido viernes tres de mayo. Estábamos entre bastidores (por no decir que estábamos directamente detrás del telón). Doe y Ami parecían aterrados. Miedo escénico lo llamaban. Así que me toco hacer de director y darles el empujón necesario:

“Vamos a ver, ¿de qué tenéis miedo? ¿De hacer el ridículo? Pues no lo tengáis que os aseguro que no va a ser nada nuevo. Al fin y al cabo, vosotros fuisteis los dos que dijeron que nuestra galaxia era Andrómeda. ¿Y eso os hizo dejar las clases? No, fue una anécdota graciosa y me ha servido como chiste para esta obra. Si no fuera por vosotros, ya nos habríamos rendido, ¿no? Así que ya sabéis: ¡Adelante! ¡Coged el cuerno por los toros! (sí, lo dije así, no es broma) ¡Allons-y! ¡P’alante, como los de Alicante!”

Y sin más, dejaron de temblar y salieron a escena. Bajó el telón, y comencé a escuchar esas palabras que escribí apenas hace medio año.

“Dicen que cuando un tonto sigue una linde, la linde se acaba y el tonto sigue, ¿no os parece una gran verdad?”