Este periódico escolar nace como una aventura en la que un grupo de alumnos y de profesores quieren explorar las posibilidades de las herramientas de comunicación que existen en Internet. Está abierto a la colaboración de alumnos y profesores de nuestro Instituto.
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miércoles, 21 de mayo de 2014

Concurso de Relatos 2014 - Categoria B: Mi tumba de porcelana

Pienso ‘’el café me ha quemado, me he dado en la rodilla con el pico de la mesa, mi jefe me ha gritado, me he manchado el vestido nuevo, me han insultado mientras conducía y me he tropezado con el escalón’’. Mientras enumeraba una y otra vez aquel nefasto día, paseé por las estancias del minúsculo apartamento devastando todo aquello que me recordaba lo que ya no era: nuestras fotos, nuestra vajilla, nuestros libros, nuestra televisión, quería destrozar un mundo que ya no era mío.

Tras abrir la puerta, camino hacia el fondo de la pequeña sala. Me agaché y regulé los controles de mi bañera como si fuera un piloto de una pequeña avioneta rumbo a unas cálidas playas del Caribe. El agua caía lentamente en la vieja bañera de porcelana mientras miraba con recelo al espejo. La habitación se encontraría sumida en la más profunda oscuridad si no fuera por la tenue luz del ocaso que entraba por la pequeña ventana, encima de la bañera. Aquellos rayos chocaban tímidos con los azulejos celestes y daba una sensación de olas de mar por las paredes; volví a pensar ‘’el café me ha quemado, me he dado en la rodilla con el pico de la mesa, mi jefe me ha gritado, me he manchado el vestido nuevo, me han insultado mientras conducía y… y, ¿qué era lo otro?’’. No le di importancia. Miré al espejo e intenté verme, pero no podía. Me estremecí al ver a una extraña en el cristal manchado de salpicaduras de jabón, mas tan solo era el reflejo de lo que se encontraba de frente: la imagen que había creado.

Aparté la vista y empecé a quitarme el vestido negro de rosas manchado de café, que se deslizó suavemente, como si mi piel fuese de escarcha; lo dejé caer. El sonido del agua golpeaba gota a gota, era la melodía de los recuerdos olvidados. Miré de nuevo al espejo y al reflejo que, a pesar de todo, no alcanzaba a reconocer. Pero ya había visto su cabello. Conocía esos castaños y enredados tirabuzones, que caían por los hombros desnudos en un mar caótico de rizos. Mi mano, instintivamente, pasó los dedos por la desordenada melena y la sensación era tan reconfortante que por un momento creí que él se encontraba a mi lado. Una fría mano pasó por mi pelo, paseando sus gélidos dedos por el cuello hasta acabar rodeando fuertemente mi cintura. Todavía recuerdo cómo me abrazaba. Pero el frío empezó a ser demasiado fuerte y, al volverme, vi con desilusión que se trataba de la ventana que, mal cerrada, se había abierto silenciosamente y dejaba entrar el lejano sonido de una sirena. Y aquellas frases reaparecieron en mi mente ‘’el café me ha quemado, me he dado en la rodilla con el pico de la mesa, mi jefe me ha gritado, me he manchado el vestido nuevo y… Bueno, da igual’’. Al volver a mirar el espejo, pude reconocer los ojos color caoba, como chocolate derretido alrededor de un punto negro. Los fantasmas del pasado aparecieron ante mí. Sus ojos color zafiro, como un mar en calma antes de la tormenta, luchando por sobrevivir contra los míos como aquel árbol que se iza hasta el cielo a pesar de la tempestad. Entre un huracán de mentiras, sus ojos siempre decían la verdad.

Y ahora que no está, me siento vacía. Un agujero negro en mi interior que me consume lentamente. Podría haber hecho algo, haber demostrado que todavía sigo aquí. Pero lo único que oigo es ese silencio mortal que nos destruyó tan ferozmente. Su silencio, mi silencio, nuestro fin. Todo terminó tan pronto que me ahogaba en un mar de culpas.

Pero ya era demasiado tarde, no podía cambiar lo que el pasado estaba escrito. No quería seguir pensando, así que tarareando aquel anuncio tan pegadizo, empecé a desabrocharme el sujetador de encaje negro. Con un movimiento despectivo, aparté el sucio mechón de mi rostro y me encontré con unos labios en el espejo que eran idénticos a los míos en una mueca de triste sonrisa. A él le encantaba besarme. Le encantaba morderlos hasta hacerlos sangrar y fundirlos en un beso metálico con sus finos labios. Maldecía mi memoria y observé que el sujetador caía lánguidamente por mi piel. Era una sensación agradable, que me recordaba a sus…

Con movimiento brusco rompí el cristal que se fragmentó en mil trozos y cayeron con gran estrépito al suelo y al lavabo. Producían un efecto brillante, como de estrellas fugaces. Sangraba ahí donde los cristales se habían incrustado como cuchillos. Sangraba en la mano, en el vientre, en las piernas, y en el alma. Estaba harta de recordar. Estaba rota porque no supe olvidar. Y como el agua de mi bañera, las mentiras rebosaron en mi cabeza e inundaron todo el interior con recuerdos vacíos.

De pronto empezaron a sonar golpes sordos en la puerta de la casa; primero, tímidos, luego más enérgicos, pero ya nada me importaba lo de afuera. Me quité la única prenda que cubría este dolido cuerpo y caminando sobre los cristales rotos, pequeñas cárceles del reflejo de mi imagen, me metí en la bañera, la cual se derramaba más y más a medida que mi cuerpo se adentraba en ella. Me incorporé y cogí uno de los cristales que, sarcásticamente, tenía forma de puñal y me miré en él. Esos ojos me miraban con tanta furia… Estaba cansada de engañarme: El café no me ha quemado, me lo han vertido sin pedir perdón. No me he dado con el pico de la mesa, me he golpeado cuando pasaban a mi lado sin verme. El jefe no me ha gritado, me ha amenazado con echarme. Y todos los que he olvidado siguen en mi interior, gritando, hablando, susurrando; convirtiendo las palabras en nudos en mi garganta para ahogarme entre sollozos. Todavía veo su rostro frente a mí. Él era el claro en la tempestad, la mano que me sujetaba en el abismo.

Pero él ya no está y no puedo soportar el peso de mi historia. Mi cuerpo yace apenas sin vida, sumergiéndose, en una bañera llena de la sangre de recuerdos y esperanzas. Mi mano dolorida que se alzaba por encima del agua sujetaba el cristal. Empecé a temblar, pero lo así con determinación y… solo rozó ligeramente la piel de mi vientre. Unos ojos brillaron en el espejo, como dos destellos que gritaban desesperados buscando ayuda, y lo miré más fijamente. Por fin reconocí a la extraña que se reflejaba en el espejo. Soy el reflejo de cada persona que conocí; de sus celos, de su envidia, de su amor… de su vida.

Una sensación amarga emergió de mis entrañas. Aquellas mentiras que él me decía era el veneno que me destruía por dentro, quería hacerme creer que le necesitaba y así lo consiguió. Al final me convertí en todo lo que nunca quise ser. Y es irónico pensar que lo que unos ven no sea real y lo que es real nadie sea capaz de ver. El odio se estaba apoderándome de mí ferozmente, pero me di cuenta de que ya no era tiempo de lamentarse, ahora tenía que resurgir de mis cenizas, agarrarme a la vida. Intenté con todas mis fuerzas levantarme, pero ya no me quedaban. Lágrimas atormentadas caían rabiosas por mi rostro, ya nunca podría demostrar quién era yo.

Mientras espero a la cercana muerte, escucho el ruido imperceptible de una sirena que me acompañará en mi último viaje.